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Ojo de pez

Los paisajes comestibles devastados

En los campos abandonados, sin labrar, sin márgenes limpios, no se ven alcachoferas, secundarias al cultivo principal

Vivimos los últimos momentos de la historia del campesinado, del orden antiguo y lógico.
Vivimos los últimos momentos de la historia del campesinado, del orden antiguo y lógico.Pedro Martínez

Merma a un ritmo de catástrofe patrimonial el paisaje comestible, la tierra arbolada y cultivada, que producía cosechas según el tiempo, la lluvia y las trampas imprevisibles de la naturaleza. Sobre todo nos importaba porque daba los frutos necesarios, de consumo directo o de mínima transformación.

Están afectados por eso, ya, derechos y costumbres: la naturaleza habitual, el disfrute inmaterial, el bien común: la vista, esto es además el rastro de los antepasados, sobre todo la vida de los campesinos y los señores, ante todo falla la cultura de las comidas habituales de los consumidores locales.

No es un cambio de ciclo, es la derrota, los escombros del pasado y la configuración espontánea de nuevos parajes asilvestrados, sí, de abandono y renacimiento de la realidad anterior a la agricultura, los usos y las ideas.

Vuelve la garriga, el monte bajo, matas y acebuches, maleza, lo que había antes de la conquista del siglo XIII o el orden de los anteriores andalusíes de las alquerías que organizaron huertos, pozos y acequias, aguas y plantaciones.

La isla la perfilan los notarios y las herencias, más los nuevos motores inmobiliarios indígenas, continentales, próximos o distantes; así se planifica la tierra, su uso, el paisaje rentable. Sin arar, sembrar y segar, limpiar los bajos de las paredes con sus zarzas y esparragueras, sin campesinos, de aquí o migrantes, el "jardín" se está desvaneciendo, no tenemos paraíso ni despensa posibles, el foravila (el campo, fuera de la villa) se derrumba, ya no es nada, ya no está.

Es cierto y se notan de manera notable las nuevas plantaciones de vid y olivos -al ritmo de una moda por imitación tal vez con el sonido sordo que esconde una burbuja. Hay manchas de nueva realidad pero se imponen los fantasmas de los espacios rurales mortuorios, campos en el desdén y el olvido reiterados. Y sobre todo las enfermedades de exterminio de almendros, olivos, vides, palmeras, palmitos.

Vemos las higueras de ceniza, muertas o sin hojas ni frutos, las hileras de almendros carbonizados por la muerte, enredados, forman casi una mayoría. Los algarrobos aguantan bien pero ya nadie ha visto o sabe que se comían esos frutos en tiempos de miseria. Esta es la síntesis de una mirada captada este otoño en la isla.

Ver Mallorca desde lo alto de un bus permite vislumbrar bien la piel cercana y las zonas lejanas. Es un retrato en crudo con una perspectiva mejor que la que tienes al volante del coche. Supongamos que la travesía real fue desde el aeropuerto a las Conversaciones de Formentor, al Finisterre mallorquín. La nota sirve para decir que vivimos los últimos momentos de la historia del campesinado, del orden antiguo y lógico.

Ni almendras, ni higos, ni árboles frutales locales, ni casi huertos privados porque nos alimentan de lo que se cría en instalaciones de plástico gigantescas ¿Qué comeremos? Nada cercano seguramente, poca cosa tradicional, de temporada como sucedía con la breve cosecha, "el tiempo de las alcachofas" autóctonas.

En los paisajes de cultivo abandonados, sin labrar, sin márgenes limpios no se ven las alcachoferas junto a los muros y los caminos, un añadido a la plantación central en los campos. ¿Qué haremos sin las flores negras o moradas, pequeñas, de corazón blanco y peludo cuando empiezan a granar y muestran pinchos de madurez?

Las alcachofas (entre los nativos y adheridos) se consumen de mil y una manera, crudas, aliñadas, fritas, hervidas, al horno, tostadas, rellenas, siempre en el arroz, rebozadas y en escabeche, especialmente.

El escabeche era y es una estrategia culinaria y de conservación enormemente valorada, y, a la vez, el verbo escabechar es un proyectil metáfora convertido en arma de eliminación física imaginaria o real de alguien o algo. Es un impropiedad lingüística porque escabechar es un guiso para saborear y dignificar alimentos de categoría o de valores no tan extraordinarios.

Era y es la comida en diferido, la caducidad retrasada. Es un recurso de subsistencia, de ahorro y paciencia. Era una necesidad antes de los tiempos modernos, de la electricidad, el hielo, el frío cerrado, el congelador, el fuego dominado y los hornos de gas o de corriente.

Hemos escabechado el paisaje, no la hemos conservado, la hemos extinguido.

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