Mossos
No están aquí para ser elogiados ni para exhibirse, pero seguro que les miraremos de otro modo
“Inútiles”.
Tuve un amigo que a los Mossos les llamaba “inútiles” y nadie le llevó la contraria hasta que murió de un cáncer de páncreas después de alegrar la vida de unos cuantos de nosotros con su ironía, una bendición para un pueblo serio y con tendencia a apagarse. Había leído mucho y desde que descubrió Internet no paraba de comprar libros sobre la II Guerra Mundial y la Batalla del Ebro. No era casual que siempre encontrara la palabra más corrosiva, y a menudo precisa, para bautizar a cualquier colectivo o individuo que desfilara a la vista de la barra del bar en el que los payeses blasfemaban mientras las mujeres cantaban misa. No renegaba, ni utilizaba eufemismos que se le suponían a un joven llegado de la ciudad, sino que sus definiciones eran tan ingeniosas que alguno de los suyos decidimos reunirlas en un diccionario. Así que el término “inútiles” pasó a formar parte enseguida de la jerga de cuantos pensaban que los Mossos no hacían ninguna falta.
Uno nacía para ser payés, y nunca dejaba de ser hijo de payés, incluso si salía periodista, salvo que se buscara la vida como bombero, guarda forestal o Mosso. No se hablaba de ser Mosso sino de entrar en el Cos de Mossos d’Esquadra, como si no pudiera ser un trabajo vocacional o la manera de escapar de la cuadra, del campo, de la vida que te había tocado vivir, de la ira. Al heredero le estaba permitido ser un miserable o arruinar a la familia, pero no vivir del cuento. Nadie cuidaba mejor de sí mismo que el payés, a veces bombero, muchas veces guarda forestal, siempre vigilante de su casa, nunca funcionario —si acaso desde hace un tiempo subvencionado—. Había faenas que se consideraban prescindibles y, por tanto, su ejercicio se interpretaba como una traición, un escarnio o un escaqueo en la calma tensa del pueblo, solo condescendiente con la Guardia Civil. La gente se había acostumbrado de alguna manera a los tricornios, formaban parte del paisaje y con el tiempo muchos eran incluso de trato fácil.
No se hablaba de ser Mosso sino de entrar en el Cos de Mossos d’Esquadra
No es que fueran bien vistos, pero a ojos de los demás venían de fuera, como si no hubiera más remedio que aceptarlos, y se impusiera hacer la vida llevadera entre todos, nada que ver con los Mossos, personajes conocidos que desconocían cómo llegar a los sitios, se perdían por el camino, tardaban en dar fe del incidente más banal y eran abucheados cuando aparecían para poner vallas en los ralis, tareas que se suponían sencillas y de sentido común. Los jóvenes jugaban con los Mossos en las carreteras como nunca se habían atrevido con la Guardia Civil, quizá porque solo se les percibía como agentes represores, fiscalizadores más que acompañantes en la desgracia cuando mediaba un robo o un accidente. La consigna era “¡Cuánto más lejos, mejor!”. Tampoco las noticias que llegaban de la capital les hacía mejores, más que nada porque se hablaba de pelotas de goma, de palizas, de intimidación y de comportamientos sádicos; no de seguridad.
Ocurrió que los payeses fueron menguando con el tiempo mientras aumentaban los agentes forestales, los bomberos y los Mossos, cada vez más próximos, finalmente interesados por cuanto se susurraba en las tiendas, se discutía en los bares, lo que ocurría en el pueblo. Los agentes ya no solo aguardaban a escondidas para cazar y multar a los conductores buenos y malos sino que las patrullas preguntaban por las casas vacías y por los que vagaban por la calle, por las riñas y por los hurtos, por las cosas que pasan y pueden pasar y no por las que ya pasaron. Los Mossos se fueron acercando poco a poco a la gente hasta que la gente se ha acercado poco a poco a los Mossos. Estos días les han dado las gracias por su actuación en los atentados de La Rambla y en Cambrils.
Los Mossos se fueron acercando poco a poco a la gente hasta que la gente se ha acercado poco a poco a los Mossos
Los ciudadanos, próximos o lejanos, se sintieron protegidos y al tiempo informados porque las patrullas se hicieron visibles en cualquier punto del territorio, hasta el extremo de que cada uno sintió como si tuviera un agente al lado y supo en cada momento lo que estaba ocurriendo sin intermediarios, a través del Twitter de los Mossos o por boca de Josep Lluís Trapero, un major con voz de actor de doblaje que transmitía orden y autoridad hasta que medió con la prensa.
Al igual que los payeses, los periodistas no nos llevamos demasiado bien con los Mossos y tratamos de desertores a los que se han pasado a la comunicación corporativa, como si hubieran cambiado de bando, por no decir que se han vendido. Muchos de nosotros buscamos las crónicas de Rebeca Carranco, Mayka Navarro, Guillem Sánchez, Jesús G. Albalat y Maria Jesús Ibáñez o la voz de Anna Punsí, compañeros a los que admiramos porque les suponemos husmeando e incordiando en las comisarías y preguntando a Patricia Plaja.
Periodista de raza, rápida en la toma de decisiones y con criterio para defenderlas, Patricia es la jefa de prensa de los Mossos. Tiene poder y se ha ganado la autoridad porque defiende el servicio público, no depende de los políticos y conoce cómo funciona el periodismo porque fue de los nuestros, y uno de los mejores. La suya fue una actuación tan profesional, natural y pulcra con la población que nos obliga a preguntarnos qué sera de nosotros si los Mossos pueden pasar de los periodistas y los ciudadanos no solamente no nos necesitan para estar informados sino que nos reprenden, como pasó por tratar de contar cosas antes que la propia cuenta de Twitter de los Mossos. Ha llegado un momento en que el lector compra la verdad que más le interesa, como si lo falso fuera aquello con lo que no se está de acuerdo, de manera que en situaciones extremas como fue el ataque terrorista se impuso la versión oficial.
En situaciones extremas, como fue el ataque terrorista, se impuso la versión oficial
A muchos ciudadanos, y naturalmente a los payeses, pareció no interesarles entonces, hasta que los Mossos abatieron a Younes Abouyaaqoub, las interpretaciones de la prensa, ni tampoco después la utilización del terrorismo en pleno debate sobre el grado de la ruptura entre la ciudadanía catalana y la sociedad española. Quienes aplaudían en su mayoría a los Mossos, en Barcelona y en distintos pueblos de Cataluña, eran los mismos que antes les habían reprendido y menospreciado “por inútiles”, así, a granel, sin reparar en si pertenecían a tráfico o eran los antidisturbios.
Y es que han sido tantos y tantas veces los que se han mofado de los Mossos, con o sin la Guardia Civil, que ahora, cuando por una vez les daban las gracias, no aceptaron lecciones de políticos ni periodistas. Mañana volverán a meterse con ellos, como corresponde, porque no están para ser elogiados ni para exhibirse, pero seguro que se los mirarán de otra manera, les tratarán diferente, la consideración será otra. Al menos por mi parte, mitad payés y mitad periodista, porque esta vez el “inútil” fui yo; no los Mossos.
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