La unilateralidad y el Parlament medio vacío
La desconexión separa a los independentistas de muchos catalanes que preferimos seguir siendo plurales y diversos en nuestra identidad
Debate jurídico-constitucional aparte, es triste constatar que algunos estarían encantados de fundar un estado catalán sobre la base de la exclusión de la mitad de los catalanes. La imagen del Parlament medio vacío durante la votación de las llamadas leyes de desconexión debería entristecer a cualquiera que aspire a la unidad civil del pueblo catalán. Sin embargo, los diputados de Junts pel Sí y la CUP se abrazaban extáticos tras la aprobación de sus leyes por la mitad más uno de los votos, muy lejos de las mayorías cualificadas previstas por el Estatut para la toma de decisiones de especial trascendencia. Poco les importaba que los diputados de Ciutadans, PSC y PPC acabaran de abandonar el hemiciclo ante el atropello de sus derechos como representantes del pueblo catalán.
Esos tres partidos recibieron en las últimas autonómicas el apoyo de más de un millón y medio de votantes, prácticamente el mismo número de votos que JxSí. La diferencia la marcaron la CUP y la ley electoral española, que rige en Cataluña porque los nacionalistas nunca han renunciado a la sobrerrepresentación que les otorga su hegemonía en las provincias menos pobladas. No resulta fácil alcanzar la mayoría de dos tercios que el Estatut prevé para la aprobación de una ley electoral, pero esa sujeción al principio de legalidad contrasta con el intento de voladura del Estatut y de la Constitución perpetrado en el Parlament. Por cierto, la exigencia de mayorías reforzadas para la toma de decisiones importantes no es una peculiaridad del Estatut o de la Constitución, sino que se impone en las democracias tras la Segunda Guerra Mundial para evitar, precisamente, que la democracia devenga en tiranía de la mayoría.
Si la pretensión de derogar la Constitución ya es de por sí un desafuero, intentarlo con una exigua mayoría coyuntural en el Parlament que ni siquiera se corresponde con una mayoría social, y contraviniendo el Estatut, al Consell de Garanties Estatutàries y a los letrados del Parlament, es una insensatez de ominosas consecuencias para la convivencia.
La imagen de los representantes del ¡40%! de los catalanes abandonando sus escaños atropellados por la actitud despótica de la mayoría no es un buen presagio. Se trata de un porcentaje importante y comprobado en las urnas que por alguna extraña razón no suele aparecer en nuestro debate público, presidido por otro porcentaje más etéreo, el mítico 80% de los catalanes que supuestamente son partidarios de un referéndum de autodeterminación. No tiene demasiado sentido seguir aceptando la pretensión de que el 80% aboga por un referéndum cuando sabemos que al menos el 40% no quiere fragmentar la unidad de soberanía que consagra la Constitución, es decir, que no son partidarios de que los catalanes decidamos de espaldas al resto de españoles el futuro de Cataluña y de España.
Los defensores de la teoría del 80% suelen decir que “todas las encuestas” apuntan en esa dirección, pero no solo parece discutible la pretensión de anteponer la volatilidad de las encuestas a la consistencia de los resultados electorales, sino que se trata de un dato entreverado de matices, pues incluso ese 80% que ha apuntado alguna encuesta está condicionado por un rechazo a la unilateralidad.
Lo ocurrido en el Parlament es la quintaesencia de la unilateralidad, pero no la de Cataluña con el resto de España, sino la de media Cataluña con la otra mitad. Es obvio que a la mayoría parlamentaria de JxSí y la CUP le basta y le sobra con proclamar la república catalana después de sus martingalas parlamentarias. La unilateralidad supone una Cataluña predeterminada, monolítica y excluyente que choca con el ideal democrático de una Cataluña abierta y respetuosa con su diversidad. ¿Afrontarán algún día los independentistas el hecho de que su anhelada desconexión no solo les separa del resto de españoles, sino sobre todo de muchos catalanes que preferimos seguir siendo plurales y diversos en nuestra identidad? Quizá entonces se den cuenta de que, en lugar de solucionar un problema, su maniquea aventura nos ha sumido en otro mucho más crudo y difícil de remediar.
Ignacio Martín Blanco es periodista y politólogo.
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