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JAZZ Jaime Cullum

El travieso seductor del jazz

Jamie Cullum es el clásico jazzista que provoca urticaria entre los guardianes de las esencias del jazz, pero con un puñado de virtudes bien aprovechables

Jamie Cullum actuando en las Noches del Botánico en Madrid.
Jamie Cullum actuando en las Noches del Botánico en Madrid. Juan Naharro Gimenez (Redferns)

Desde hace ya algún que otro quinquenio, Jamie Cullum es el clásico jazzista que provoca severa urticaria entre los guardianes de las esencias del jazz. O quizá no: puede que a estas alturas le hayan dado por imposible. Cullum tiene poco de jazz en sentido estricto, pero conserva un puñado de virtudes bien aprovechables. La primera, su rabiosa y natural empatía. Se vislumbran los coletazos postreros de Noches del Botánico y anoche volvían las colas generosas a la avenida de la Complutense, el hambre de directo, esas 3.500 almas con cuerpo de jarana. Y todo, en cierta medida, porque Jamie es un tipo divertido. También como músico.

No, claro que un dandi del jazz jamás comparecería con gafas oscuras, ni menos aún con esa escandalosa camisa anaranjada de animador de cruceros. Tampoco abriría un concierto con Work of Art, pieza con toneladas de percusión, coreos masivos para alborotar graderíos hambrientos de euforia y un bajo heredado de la Tamla Motown. Ni proseguiría con When I Get Famous, canción socarrona en cada poro con la que Cullum aprovecha para saltar por primera vez hasta y desde lo alto del piano. Nuestro personaje ya no tiene veintitantos, como el título del disco que le hizo famoso en medio mundo, sino casi 38.

Pero sigue amando la travesura, el guiño, la seducción del pilluelo. Ojo, no basta con brincos y declaraciones de amor a la ciudad. Detrás de I’m All Over It hay un compositor espléndido, un tipo que ha interiorizado a Stevie Wonder, Bill Withers y Elton John. Y para la inopinada versión de Don’t Stop the Music (Rihanna) se precisan toneladas de música, un absorbente solo de piano y docenas de referencias melómanas. Las mismas que hacen falta para salir indemne de una lectura de What a Difference a Day Made, en este caso apenas musitada. La fórmula ideal.

El de Essex carece de una voz profunda o arrolladora, pero sí le asiste una intuición prodigiosa. The Wind Cries Mary se transforma en sus labios en una poderosa arma de soul con órgano y metales. Shape of You, de Ed Sheeran, es la versión con la que todavía nadie se atreve. Y Next Year Baby, rescate de aquel casi iniciático Twentysomething, en un juguete irónico de acordes oscuros. Everything You Didn’t Know queda más cerca de Coldplay que de Cole Porter. Pero es sencillamente impecable. Así que no seamos tan plastas como para buscarle inconvenientes a las miras abiertas.

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