Refugio ante la homofobia
Un joven árabe reconstruye su vida en Barcelona con la ayuda del fútbol después de tener que abandonar su país por ser homosexual
Salió de su país en busca de una vida mejor. Llevaba dos meses en Barcelona y empezaba a construir su historia lejos de casa. Su nueva familia era Panteres Grogues, un equipo de fútbol. Él había escogido empezar de cero y dejarlo todo atrás: sus seres queridos, su trabajo, y también el miedo. Pero su futuro no dependía de él. Un mal día con la delegación del gobierno podía frustrar el sueño. “En diciembre, mis compañeros de equipo me preguntaron si iba a volver a jugar, pero yo no sabía nada porque todo dependía de la reunión para que me tramitaran un nuevo permiso, así que ese podría haber sido mi último partido”. El que habla es un joven árabe de 27 años que no puede revelar su identidad. En este reportaje será como Radhi. Está reconstruyendo su vida. Nadie en su país sabe que es homosexual y que no tiene intención de volver.
En 2015, su familia organizó el casamiento de Radhi con su prima. Años antes, vivía fuera de casa mientras estudiaba en la universidad y tuvo sus primeras experiencias homosexuales. Gozaba de cierta libertad a cambio de mentir constantemente. El compromiso con su prima significaba el encadenamiento definitivo a una vida que no quería vivir. “Toda la familia me presionaba cada día, pero yo inventé una historia para librarme del matrimonio”, cuenta Radhi. Fue el final de esta historia, pero no fue el final de la historia. Cada semana, la familia le proponía una chica nueva. Las constantes negativas de Radhi aumentaban el enfado de la familia y su propio aislamiento en una vida de mentiras. “Odiaba mi vida, estaba como en una prisión”, presionado por su familia y acorralado por su país.
La situación para el colectivo LGTBI es muy desfavorable en la mayor parte de África. Según el último informe sobre la homofobia de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (IGLA), el matrimonio homosexual solo es legal en Sudáfrica. En casi 30 países del territorio africano, la homosexualidad está penada con cárcel, y en otros tres –Somalia, Sudán y Mauritania-, con la pena de muerte. En algunos de estos países, como en el que residía Radhi, la homosexualidad es legal en la teoría porque no existe ningún delito relacionado en el Código Penal. No obstante, la ley incorpora eufemismos tales como “libertinaje”, “perversión” o “desviación” para poder actuar en contra de la actividad sentimental y sexual entre hombres. Son trampas que han provocado un aumento de la persecución al colectivo LGTBI en el mundo árabe en general y en particular en el país de Radhi, atrapado entre unas paredes que parecían tener ojos: “Un día me llamó mi jefe a mi despacho y me interrogó. Me dijo que alguien me había visto en uno de los pocos bares gay friendly que había en la ciudad y me advirtió de que no volviera. Desde entonces no volví a salir nunca por las noches”. La condescendencia de las leyes, el rechazo social al colectivo gay y el aislamiento familiar suscitaron en Radhi una necesidad de huir de todo.
No fue esa necesidad sino el fútbol lo que le trajo a Barcelona por primera vez. En unas vacaciones por Europa, descubrió que Barça y Atlético de Madrid -21 de septiembre- se enfrentaban en el Camp Nou. Se quedó gratamente sorprendido de lo tolerante que era la ciudad. Radhi respiraba libertad. Alargó la estancia lo máximo posible pero tuvo que volver a su país, donde su familia y su trabajo le esperaban. Después de una semana sopesándolo, decidió dejar atrás su vida de mentiras. Lo tenía claro: regresó a Barcelona con un billete de vuelta que nunca usó. Sus padres, aunque a regañadientes, aceptaron la decisión de Radhi, en parte porque les dijo que se iba a trabajar a Omán, no a Barcelona, y en parte porque la inestabilidad política hace que el país de Radhi no sea un lugar seguro.
Si el fútbol fue su motivación para conocer Barcelona, enseguida formó parte de su nueva vida: “Es mi deporte favorito, necesitaba integrarme y me enteré de que había un equipo gay”. Panteres Grogues es mucho más que un equipo de fútbol. “Legalmente somos un club deportivo; pero en la práctica, también somos un club cultural, de ocio y, sobre todo, reivindicativo”, aclara Toni Travieso, su presidente. La iniciativa se define como un espacio libre en el que cualquier persona de cualquier orientación sexual puede practicar deporte o una actividad cultural. Sus funciones abarcan también la protección e integración de todas aquellas personas que lo necesiten. Una vía que tiene un nuevo reto: “Queremos ir más allá en la integración y acoger a los refugiados, LGTBI en su mayoría pero no exclusivamente, que quieran participar de algunas de nuestras actividades”.
Es el último paso de una organización que hoy cuenta con alrededor de 1.100 socios y 28 secciones que van desde el teatro hasta el baloncesto, con equipos masculinos, femeninos y mixtos; federados y amateurs. Un largo camino que empezó en 1994, con un grupo de 15 personas jugando a voley playa con una pelota amarilla, el mismo color de balón con el que juega y entrena Radhi a fútbol. Se dice que se juega como se es, y él en el césped es autosuficiente, generoso, bregador y con desparpajo. Todas esas aptitudes le ayudaron a estar dentro del equipo competitivo.
En Panteres Grogues cada sección funciona con cierta autonomía, sujetas tan solo al reglamento y a los estatutos del club. José Manuel Rodríguez Piñar, el responsable de la sección de fútbol, explica que por ahora prefieren no federarse y competir en ligas amateurs. “Aun así, hay un equipo competitivo, en el que se mantiene la función de integración, pero hay que tener un cierto nivel”, explica Pepe, como le conocen en el equipo. Radhi mostró sus cualidades desde el primer día, pese a sentirse desubicado: “Acababa de llegar y todo era muy nuevo para mí; nunca había conocido ni un equipo ni un jugador gay”. Su desconcierto pronto tornó en confianza. Tenía claro que iba a volver.
Empezaba una nueva vida para él en una sociedad más abierta. Era libre, sin tabúes sobre su homosexualidad, en gran parte, gracias a un equipo de fútbol. Tabú y homosexualidad, sin embargo, vuelven a encontrarse cuanto más alumbran los focos. La élite no da el paso definitivo ante la homofobia mientras el deporte amateur llena el hueco social necesario con iniciativas como la de Panteres Grogues. “En el mundo amateur mandamos los clubes; en el profesional, los patrocinadores”, razona su presidente. La ecuación se vuelve todavía más complicada si se añaden entes federativos y afición. El sociólogo Marco Castro sostiene que en el fútbol “hay un modelo de masculinidad tradicional y mayoritario que está fuertemente vinculado con el atractivo y el arquetipo de hombre triunfador”.
Justin Fashanu fue el primer y hasta ahora único futbolista de élite que reconoció su homosexualidad en activo. Ocho años después de hacerlo, en 1998 y con 37 años de edad, se suicidó en un garaje. La homosexualidad sigue siendo un tema tabú en la élite, amarrada al pasado. Se presupone que lo varonil es una cualidad y se utiliza la palabra maricón como un insulto. Los valores que se le piden al deporte brillan por su ausencia en las altas esferas.
La existencia de Panteres Grogues responde a un estancamiento que avergüenza al deporte mientras la sociedad camina despacio, pero avanza. Resulta paradójico que el oasis sonrojante de la intolerancia al colectivo LGTBI, el fútbol, fuera el primer ladrillo que colocó Radhi. Iba buscando fútbol y acabó encontrando apoyo. “Panteres Grogues es muy importante para mí, es como mi familia aquí”, asegura él. Fueron su primera bienvenida. Un apoyo, no una salvación. “Soy autosuficiente, venía con dinero que gané trabajando en mi país y en todo este tiempo no he querido que nadie me prestara nada”, apunta orgulloso.
Radhi es conceptualmente un refugiado porque estaba perseguido en su país por ser homosexual, pero rechazó la ayuda que le proporcionaba la delegación española, esto es, asilo y una ayuda económica de 400 euros. “Quería empezar una nueva vida y hacerlo a mí manera”. No ha sido fácil. Desde octubre ya ha vivido en tres pisos distintos y no puede cobrar hasta que no obtenga un permiso de trabajo que se demora. Su cuenta corriente necesita oxígeno. La inestabilidad, sin embargo, no borra la sonrisa de su cara de tez morena. Tiene novio, trabajo para cuando obtenga el permiso, estudia español y juega al fútbol con Panteres.
“Esta es mi casa ahora, no quiero ir a ningún otro sitio”, afirma convencido. Nadie sabe nada de su borrón y vida nueva, por eso no se ha mencionado su país de origen ni Radhi es su verdadero nombre. No se esconde por miedo, sino porque no quiere perder a su familia, el único vínculo con el chico de antaño. Él dice que les dio la oportunidad de vivir en paz y no la aprovecharon, por eso no tuvo opción de quedarse. Aun así no quiere perderlos; quiere tenerlos lejos, pero cerca: “Son muy conservadores, pero muy importantes para mí”. Ahora ya saben que está en Barcelona, pero ni imaginan el logro que está consiguiendo. Habla con ellos tres veces al mes por teléfono y su madre todavía le pregunta si ha conocido ya a alguna chica. Es suficiente con decir “no, mamá” y colgar. “Me siento más libre que nunca, por eso estoy feliz y orgulloso”. Ahora, por fin, ya vive la vida que quiere vivir.
Contra la homofobia en el terreno de juego
La historia de Radhi no se entendería sin aquella reunión con la delegación, que finalmente le otorgó una prolongación del permiso de residencia de seis meses más. Era quedarse en Barcelona o volver. El inicio o el final. Fue el inicio. Aquello sucedió a principios de diciembre cuando, paralelamente, Panenka lanzaba una campaña sin precedentes en España. La revista de fútbol envió un brazalete con la bandera arcoíris para que los capitanes de los equipos de Primera y Segunda División lo lucieran. "Con la campaña pretendimos romper tabúes para que se normalice la situación y se erradique la homofobia en el fútbol", apunta Àlex López, periodista de Panenka.
La iniciativa tuvo una gran aceptación y la cumplieron muchos equipos de todas las categorías españoles, también de la Primera División. Clubes como el Eibar y el Sevilla lideraron una lucha que no tuvo a Barcelona y Real Madrid como aliados. Àlex López cuenta de esta manera cómo fueron las conversaciones con los grandes: “Jugaban el Clásico y nos dijeron que les parecía buena idea llevarlo, pero necesitaban recibir una solicitud oficial de parte de la Liga”. Dicha invitación nunca llegó. La inoperancia de unos y la escasa laxitud de otros provocó que Barça y Madrid no se sumaran a la iniciativa.
El silencio de la Liga española se contrapone con la proactividad de las federaciones inglesa o alemana, donde ya han mostrado en numerosas ocasiones su apoyo al colectivo LGTBI en el deporte de élite. Francisco Ramírez, presidente de la Confederación Española de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (COLEGAS) demanda más colaboración de la Liga. “Queremos que se implique más en las campañas de visibilidad y sobre todo que ayuden a educar a los hinchas en las actitudes discriminatorias”, sentencia.
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