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Persiguiendo lo real

Virtuales, aumentadas, en red e interactivas, las realidades alternativas son las grandes protagonistas de Sónar+D y la instalación de Daito Manabe para Sónar Planta

La instalación de luz y sonido de Daito Manabe para Sonar Planta, la principal apuesta artística del festival.
La instalación de luz y sonido de Daito Manabe para Sonar Planta, la principal apuesta artística del festival.Albert Garcia

De las experiencias más inclusivas y participativas a la exploración casi autista de mundos paralelos, este año Sónar +D ofrece una panorámica a 360º de las aplicaciones creativas en realidad virtual e aumentada, empezando por el estreno mundial de phosphere, el monumental espacio interactivo del japonés Daito Manabe para Sonar Planta, la principal apuesta artística del festival. Desarrollado con el patrocinio de la Fundación Sorigué, el proyecto permite al público interactuar con una arquitectura híbrida y robotizada, a través de unas bolas luminosas. Sus movimientos mapeados a través de los escáneres infrarrojos de las bolas activan un complejo sistema de luces, humos, espejos y sonidos, que se suman a unas bases pregrabadas. Más allá de las coreografías audiovisuales, el objetivo más recóndito de la pieza es evocar los procesos de cristalización de los minerales con los que se trabaja en la cantera de la Fundación Sorigué. El único inconveniente de la obra es que permite la interacción simultánea sólo de cinco personas, con lo que la espera para participar podrá alargarse. Como alternativa queda la contemplación de la hipnótica danza que el grupo Elevenplay, colaborador habitual de Manabe, interpreta tres veces al día, nada que ver con las confusas tentativas de los espontáneos.

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Aprovecha las propiedades de la materia también Wave Shift, la instalación de Mark Bain para la fundación Mies van der Rohe, que acaba de firmar un acuerdo con Sónar para institucionalizar una colaboración que llega a su quinta edición. Bain ha colocado una serie de sensores sísmicos para captar las micro vibraciones que recorren el pabellón, aprovechando los espacios intersticiales y los poderes reverberantes de los distintos materiales de la construcción. Estas vibraciones son amplificadas y reproducidas por un sistema de altavoces que también las traslada a la superficie de agua de los dos estanques, creando un sutil efecto visual. “No hay ningún archivo sonoro, son las propias vibraciones que generan el sonido, todo es live”, asegura Bain. “El sonido está en constante evolución dependiendo del ruido ambiental y las personas presentes”, añade Lluís Nacenta, comisario de este proyecto y los cuatro anteriores.

Para experimentar la obra tan solo hay que pasearse por el pabellón, no es necesario dotarse de las gafas de realidad virtual que requieren un gran numero de proyectos. La mayoría han sido reunidos en el nuevo espacio Realities +D, donde se presentan las propuestas de realidad virtual más innovadora del último año, con sus relativas tecnologías: desde la historia de la evolución humana del ajolote al hombre, según Aaron Koblin hasta una experiencia de dolor y destrucción en Gaza de la mano de Gabo Aroa, quien utiliza este nuevo lenguaje para generar empatía y concienciación entre los poderosos en foros como las Naciones Unidas.

Por lo que se refiere al arte digital propiamente dicho, cada vez más escaso en Sónar +D, destacan los proyectos de la School for Poetic Computation de Nueva York que celebran dos pioneras del arte con tecnología, Vera Molnar y Muriel Cooper, revelando por primera vez el alma de su trabajo, el código. El código protagoniza también Lady Chatterley’s Tinderbot de Libby Heaney, una instalación interactiva y un libro que reúne 800 conversaciones entre la inteligencia artificial Tinderbot, convertido en el amante de Lady Chatterley y otros usuarios de la app Tinder. La obra, desarrollada en el prestigioso estudio londinense Somerset House, explora el romanticismo en la era postdigital generando una interacción entre humanos y robot y entre novelas clásicas y redes sociales. La idea es reunir pasado y presente en una nueva dimensión, así como lo hace My artificial muse, un programa de inteligencia artificial desarrollado por Mario Klingemann, capaz de crear una ‘musa’ a partir de la lección de los grandes maestros de la historia del arte, mientras Albert Barqué la reproducirá con verdaderos pinceles en un enorme óleo a lo largo de los tres días del Sónar. “La máquina es la creadora, el hombre como un esclavo pinta lo que ella ha creado”, indican los artistas.

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