La Caseta de las Firmas Imposibles
El autor recorre la Feria del Libro a través de los grandes escritores de la historia
Ese hombre engolado que no esconde su guante de terciopelo izquierdo, no es un actor disfrazado, sino el mismo Miguel de Cervantes Saavedra que espera en la puerta de la Caseta de las Firmas Imposibles la llegada del próximo primer lector de su Quijote y el gringo gordo que bebe vino en la bota que trajo de Pamplona es Hemingway enfundado en su guayabera de lila, haciendo tiempo como un viejo náufrago perdido en el mar. Son los asiduos fantasmas que pocos ven, pero que consta a muchos, habitantes de la caseta que se esfuma al final de la fila de los libreros en pleno corazón del Parque de El Retiro.
Año con año llegan los espectros de Shakespeare para firmar traducciones y la delicada sombra de Quevedo envuelto en gasas que fueron telón de un teatro donde ahora recita con pajarita intacta Federico García Lorca. Vienen al Retiro y hacen tertulia por las madrugadas, cuando amaina el calor y logran arrebatarle a ciertas nubes el frío de su propia inmortalidad: allá por la cueva del Palacio de Cristal se reúnen Gabo y Fuentes, sin mariposas amarillas y un ligero viento de ocres como murmullos acompaña los pasos de Rulfo por el sendero más solitario del parque; en la fuente de donde termina el Paseo de México se encuentra desde hace unos años el Poeta Paz que recita de memoria los versos esculpidos en una Piedra de Sol y corriendo alrededor de todos los arbustos parece imposible, pero es totalmente cierto, que se trata d John Nnedy Toole que corretea tras su personaje entrañable llamado Ignatius J. Reilly en esta inmensa reunión de necios conjurados.
En la Caseta de las Firmas Imposibles logran los niños el garabato mágico de Harry Potter y sus abuelas vuelven a viajar al desolado desierto donde el piloto Saint-Exupery las llevará en andas a la fila donde firma Julio Verne. Este año, el invitado de honor es Fernando Pessoa con todos sus heterónimos, firmando el único ejemplar en pastas amarillas que parece volar por los aires cada vez que se abren sus páginas en flor y abajo, recostado sobre el césped en amena charla con Benito Pérez Galdós estará durante estos días la figura en neblina de José María Eça de Queiros y la silueta intocable de José Bergamín haciendo prestidigitaciones compartidas con Ramón Gómez de la Serna… y todo, todo ocurre, por el sencillo milagro de saberse leídos en la incandescente alegría de los miles de lectores que animan a Madrid con el deseo irrefrenable de mantenerlos vivos.
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