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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Acerca de un descalabro

Si los barones del PSOE tuviesen sentido de la realidad habrían detectado la fatiga y el hartazgo de de la militancia socialista

Pedro Sánchez celebra su victoria en las primarias del PSOE.
Pedro Sánchez celebra su victoria en las primarias del PSOE. CLAUDIO ÁLVAREZ

Lo han intentado todo, desde el cultivo del miedo (si gana Sánchez, será el fin del PSOE) hasta el chantaje emocional-patriótico (hay que votar a Susana “por el bien de España”); desde el desprecio (“el problema eres tú, Pedro”) hasta el victimismo (que el senador de Compromís Carles Mulet tachase a la andaluza de “asco de señora” era casi un crimen, que ella hubiese considerado a Compromís “la izquierda inútil”, una nimiedad). Pero les falló un pequeño detalle: el sentido de la realidad.

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De haberlo tenido, tal vez habrían podido detectar la fatiga, el hartazgo, el cabreo de buena parte de la militancia socialista ante unos mandarinatos que se remontan a cuatro décadas atrás; ante unos barones del tipo de Rodríguez Ibarra o José Bono que, tras haber regido sus feudos durante más de treinta años, siguen creyéndose ungidos para dictarle a la gente lo que tiene que pensar y que votar; ante unos apparatchiki dispuestos a todo antes que a perder el momio. Con la ayuda de ese sentido de la realidad quizá hubiera sido más fácil tomarle la medida efectiva al malestar de las bases, y a los límites del poder del aparato: si están en juego los garbanzos, tal vez uno no tenga más remedio que avalar públicamente a la candidata oficialista...; pero luego, en el secreto del voto, se toma la revancha apoyando al díscolo.

El sentido de la realidad también debería haber alertado de que las humillaciones infligidas al PSC en estos ocho meses no iban a ser inocuas ni a quedar impunes. Primero, el amago de excluir a los socialistas catalanes de las primarias, como castigo por haber mantenido el no a Rajoy. Luego, la decisión unilateral de Ferraz, en plena interinidad, de revisar el protocolo de relación. Después, la exigencia a Miquel Iceta de una neutralidad que la propia gestora se pasaba por el forro y, encima, el deber de peregrinar a Canosa (es decir, a Sevilla) para rendir pleitesía a la sultana Díaz. Más tarde, la insultante alusión de Zapatero a los prejuicios contra Susana en Cataluña “porque es mujer y andaluza”. En fin, la ominosa advertencia de que, si Sánchez ganaba gracias al PSC, su victoria no sería legítima... En tales condiciones, ¿alguien (aparte de Antonio Balmón) puede extrañarse de que el 82% de los votos del socialismo catalán fuesen para Pedro Sánchez, y sólo el 11,8 % para la presidenta de la Junta? Dios mío, ¡qué incapacidad para gestionar los sentimientos de un grupo humano!

Entre todos los errores que jalonan la ruta del establishment socialista hacia el monumental fracaso del domingo 21 de mayo, tal vez el más grande fue el comportamiento estrecho y miope de la comisión gestora y de sus “sabios de Sión”. Existen hoy pocas dudas de que si, tras la negra jornada del 1 de octubre, el equipo de Javier Fernández hubiese convocado primarias y congreso extraordinario en los plazos mínimos previstos por los Estatutos del PSOE, de Pedro Sánchez no se habrían tenido más noticias.

Pero prefirieron instalarse en Ferraz para todo un curso, y atemorizar al PSC, y desbrozarle el camino a la princesa heredera, de modo que su ascensión a Madrid fuese un paseo triunfal. No obstante, la avaricia rompe el saco, y menospeciar al adversario es siempre un error, y creerse en posesión de la verdad produce ceguera... En fin, que Sánchez ganó, y un montón de próceres, notables y referentes intelectuales han salido del envite carbonizados.

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Pero no hay que sufrir por ellos: renacerán de sus cenizas. De hecho, desde unas semanas atrás —en cuanto intuyeron la posibilidad de una victoria de Sánchez— ya empezaron a descalificar la fórmula misma de las primarias: que si son un invento americano inadecuado a la política europea; que si favorecen a radicales como Trump o Benoît Hamon; que si la democracia directa es populista y demagógica por definición... Son, más o menos, los mismos que llevan tiempo cargando contra los referendos por reduccionistas, divisivos..., y mayormente porque el soberanismo catalán reclama uno.

Es de esperar que, para una mejor defensa del orden, la estabilidad y el statu quo, cualquier día de estos se pongan a propugnar el sufragio censitario y el encasillado, como en tiempos de Cánovas y Sagasta. En cuanto al caciquismo, no hace falta que lo reivindiquen. Ya lo han hecho.

JOAN B. CULLA I CLARÀ es historiador

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