Nosotros, vosotros
Quienes no nos adherimos incondicionalmente al proceso no somos buenos catalanes y no somos buenos demócratas
Esto no es un artículo sino un cuento político que empieza así:
“Mi primera pelea no fue por el Procés sino por los pronombres. Cada vez que discutíamos de la independencia de Cataluña, y discutíamos mucho, desaparecían su yo y mi tú, que se convertían en un nosotros y un vosotros que a mí me indignaban. Ella se convertía en representante y portavoz de todos los que comulgaban con las mismas creencias y las mismas propuestas políticas mientras que yo, sin comerlo ni beberlo, me convertía en la figura simétrica, exactamente adversaria, de quienes se oponían.
Le costó percibir el problema. No es extraño, porque contó con ayudas. La primera, la que dividió a los catalanes en independentistas y unionistas y más tarde entre independentistas y dependentistas. Más tarde, la que convirtió esta división entre demócratas y no demócratas, un eufemismo prudente por el más directo de fascistas, sencillamente.
Comprendió el problema que yo le planteaba el día en que al fin se decidió a leer la novela Patria, por recomendación mía largamente aplazada, de Fernando Aramburu. ‘Me ha gustado’, reconoció. ‘Me parece convincente su descripción del dolor ocasionado por ETA entre los familiares de los asesinados por la banda, y no tanto en cambio la psicología de los abertzales que dieron su apoyo moral a la violencia política’. Respiré aliviado porque me he encontrado a otros amigos independentistas que ni siquiera han querido leer el capítulo de promoción de la novela que han publicado los periódicos.
Ella no, ella la leyó entera y bien, más allá de la anécdota. Me hizo notar cómo en el País Vasco no fue el lenguaje sino la violencia política la que dividió el país en dos segmentos, especialmente en los pueblos, donde todo el mundo se conoce: nosotros y vosotros, estás con unos o estás con los otros, o cedes a la presión ambiental y te sumas al apoyo a la lucha armada o te conviertes, primero en sospechoso y muy pronto en culpable y por tanto fácil diana e incluso reo de muerte.
‘Nada que ver’, me aclaró, con toda la razón, y yo se la di. ‘Mejor que nos hayan conducido unos corruptos que unos asesinos’, añadió. ‘Debieran leerla los papanatas que admiraban la violencia de los vascos, y sobre todo los que además les dan la razón echando en la cuenta del Estado español la corrupción del pujolismo’. Yo no había caído en la cuenta de la sutileza de mi amiga independentista. No es fundamentalmente por el antinacionalismo que se le supone a Aramburu que muchos independentistas catalanes no quieren leer Patria sino porque no soportan la destrucción de su mito de una Euskadi siempre más preparada que Cataluña para echar a andar sola sin España.
Y los pronombres, claro, que ni siquiera son una exclusiva de los nacionalismos a la hora de utilizarlos indecentemente para dividir a los ciudadanos en dos segmentos enfrentados. En el caso vasco, la perversidad es mayor porque no hay forma de salirse del mecanismo endiablado si no quieres utilizar las mismas armas, las armas. Lo hizo el GAL, con el patrocinio que todos conocemos, y ya se vio la catástrofe moral y política que organizaron. Por cierto, que Aramburu no hurta el cuerpo a todo esto: a la tortura, a la guerra sucia, a la responsabilidad del Estado en la retroalimentación de la dinámica violenta.
El lenguaje tiene la ventaja de que permite participar en sus guerras con las mismas armas lingüísticas. Y tengo que reconocer que la lectura de Patria me facilitó las cosas. ‘¿Por qué quieres incluirme en un vosotros, en un unionismo o en un dependentismo que no me representa?’, le dije. ‘Cuando alguien que no es catalán, un periodista británico o un intelectual sevillano por ejemplo, defiende las mismas posiciones que yo defiendo, a ti te parece una prueba de la comprensión que tiene el proceso fuera de Cataluña, le dije, creo que con toda la razón, pero cuando lo hago yo...’.
Siempre he criticado la falta de reacción política del PP ante las reclamaciones catalanas, muchas de ellas legítimas. Siempre he pensado que habrá que acudir a las urnas en algún momento para consultarnos sobre cómo debe ser nuestra relación con España. Y nunca he escondido mi preferencia por una solución a la vasca, de reconocimiento de la especificidad catalana en la Constitución. Pero cuidado, a los catalanes se nos exige mucho más. Quienes no nos adherimos incondicionalmente al proceso no somos buenos catalanes y no somos buenos demócratas.
Patria de Aramburu está más cerca de Cataluña de lo que pensamos, tal como percibió mi perspicaz amiga. Siempre es mejor hablar que utilizar las armas, pero cuidado con las palabras. El lenguaje también sirve para excluir y dividir. Suele ser solo el comienzo, pero las palabras pueden tener consecuencias. Tienen la ventaja de que son reversibles. El perdón por las palabras indebidas e incluso los insultos es más fácil, y quizás es por donde debiéramos empezar si queremos rectificar y salir del laberinto”.
Y aquí termina el apólogo. Que cada uno lo entienda como le parezca.
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