Los dedos infinitos
El recital de Vicente Amigo, para el que las entradas ya estaban agotadas hace tiempo, no ha defraudado
A estas alturas ya es una evidencia: cada vez que el flamenco llama a las puertas del Teatro Real se multiplican los efectos de la pasión. Había ambiente ayer de jornada grande en los prolegómenos del recital de Vicente Amigo, con el público acicalado y algunos seguidores implorando unas entradas desde hace tiempo agotadísimas. El de Guadalcanal, que servía de prólogo al XII Festival Suma Flamenca, llegó con ganas y no defraudó. En él solo no varía el atuendo, esa camisa blanca con chaleco que tanto gusta de lucir. Todo lo demás es nuevo y poliédrico, porque esos dedos infinitos suyos multiplican los ángulos, visiones, aromas y posibilidades.
Amigo es de esos intérpretes tan apegados a su instrumento, tan fusionado con la madera y sus cuerdas, que pareciera estar calentando las manos mientras ejecuta piezas de dificultad endiablada. Él, en cambio, transmite aplomo, solvencia y frescura durante los 12 minutos de introducción solista, una suerte de "aquí estoy yo" que transcurre en un vuelo. Luego se explaya, menos sujeto ya a ortodoxias, cuando la banda asoma al completo: segunda guitarra, percusión, tres palmeros y el bajo eléctrico del escocés Ewen Vernal, que sugiere ademanes jazzísticos en la mejor escuela de Carles Benavent.
Así sucede con el mismo Amigo, también en el reciente 'Memoria de los sentidos': la guitarra dulce proviene de Manolo Sanlúcar y el nuevo álbum aporta un 'Réquiem' por Paco de Lucía, pero esa amplitud de miras llega, a su manera, hasta Pat Metheny. Los puristas pueden echar en falta más dolor, el cerco de un pellizco más profundo. Pero ahí quedó también 'Autorretrato': "Érase una vez un hombre de cartón 'herío'". Herido y envidiable.
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