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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La jugada de billar de Iglesias

La moción de Podemos vuelve a situar al PSOE en la incómoda posición de la investidura y a Ciudadanos ante el fracaso de su discurso de regeneración

Milagros Pérez Oliva
Pablo Iglesias, líder de Podemos, anuncia su intención de promover una moción de censura
Pablo Iglesias, líder de Podemos, anuncia su intención de promover una moción de censuraCLAUDIO ÁLVAREZ

Podemos ha lanzado una moción de censura contra el PP que ha nacido muerta, pero para ser un cadáver está resultando muy incómodo. La iniciativa ha sido descalificada de plano y le ha valido a Pablo Iglesias todo tipo de improperios. Se le acusa de tacticismo, de practicar una política más efectista que efectiva y de utilizar torticeramente un instrumento parlamentario de excepción, no para derribar al Gobierno, sino para dañar a sus rivales y recuperar la iniciativa política perdida.

Algo hay de todo ello en esta jugada sorpresa, desde luego, pero la irritación que ha provocado en el resto de fuerzas políticas, particularmente en el PSOE y Ciudadanos, indica que la osadía de Iglesias puede tener mayor recorrido del que sus adversarios querrían. Lo que la cúpula de Podemos intenta en realidad es una jugada de billar de esas que llaman de fantasía, vistosa y con efecto carambola a varias bandas. Pero como todas las jugadas, tiene sus riesgos. Requiere una gran destreza y si Iglesias no consigue dar a la bola el efecto deseado, el fracaso puede ser también estrepitoso. Quedará en evidencia.

El primer efecto buscado es demostrar que Podemos va a por todas y que pretende erigirse en la alternativa al PP. Hacer visible que quien debería ocupar esa posición, por la fuerza que le han otorgado los electores, ha renunciado a ello porque no puede o porque no quiere. La moción volverá a situar al PSOE en el dilema de la investidura, pero en un escenario aún más adverso, pues ahora ya no se trata de garantizar la gobernabilidad del país, facilitar la recuperación económica y evitar unas nuevas elecciones, sino mantener en el poder a un PP que supura corrupción por todos sus poros. Los últimos casos han supuesto un salto a peor. Rajoy sigue negando obstinadamente cualquier responsabilidad y presentándose como víctima, pero ahora hay además evidencias de que el PP manipula las instituciones y maniobra para obstaculizar la acción de la justicia.

De momento, el anuncio de la moción ha logrado aumentar la brecha entre los candidatos del PSOE, que han reaccionado de forma muy diferente. Y ha conseguido colocar al Ciudadanos en una posición defensiva. Rivera va a tener que amparar de nuevo al PP, echando tragándose todo su discurso de regeneración democrática. Y si Rajoy sale flote, no será por su fortaleza, sino por la debilidad de los demás.

Podemos persigue también trasladar al Parlamento lo que considera que es el estado de ánimo de la calle. El hartazgo de la ciudadanía frente a una situación que se ha vuelto irrespirable. Ciertamente el nivel que ha alcanzado la corrupción justifica una moción de censura. Pero el hecho de que no haya una oposición capaz de hacerla prosperar genera impotencia y aumenta el descrédito de la política como instrumento de intermediación. Si esta no sirve para depurar responsabilidades en una situación tan grave, ¿para qué sirve? Ilustra este divorcio la diferente acogida que la moción de censura ha tenido en los medios convencionales, y la que ha tenido en las redes sociales. Se ha vuelto a constatar que hay una brecha generacional y que la energía política de los más jóvenes está cada vez más lejos de los canales de expresión del statu quo.

La forma en que se ha anunciado la moción, sin aviso ni negociación previa, tiene mucho de acto antisistema en el corazón del sistema. Es a la vez desafiante e irreverente. Algunos lo han interpretado como un golpe de efecto para tapar el supuesto fracaso del Tramabús. Pero más bien parece una forma de llevar el Tramabús al interior del Congreso.

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Esta es la tercera moción de censura que se presenta en democracia. La anterior fue hace 30 años. Las otras dos las presentaron las dos fuerzas que se han alternado en el poder en los años de bipartidismo y en ambos casos estaba claro que no buscaban derribar al Gobierno sino levantar la alternativa. Las dos sabían que la moción no iba a prosperar. Como ahora. La de Felipe González contra Adolfo Suárez sirvió para demostrar que el PSOE, que entonces decía cosas muy parecidas a las que ahora dice Podemos, era realmente una alternativa de gobierno. Se confirmó en las siguientes elecciones. La de Hernández Mancha contra González, en cambio, no logró levantar a Alianza Popular y hundió al candidato.

Está claro que la moción de censura es un movimiento muy arriesgado. Si Podemos llega a presentar un candidato, en el debate le lloverán obuses desde todo el hemiciclo. El ataque será fenomenal y está claro que perderá la votación. La cuestión es qué efecto tendrá sobre la calle.

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