El Ateneo reivindica a Puente Ojea “contra la caverna nacionalcatólica”
Fue subsecretario de Exteriores y embajador en el Vaticano, de donde fue sacado por casarse por lo civil
A la funesta manía nacional de la desmemoria, contra el intelectual y diplomático Gonzalo Puente Ojea se han unido las maledicencias nada cristianas de la caverna nacionalcatólica, que incluso ha llegado a alegrarse de la muerte, hace ahora cien días, del autor de obras fundamentales sobre la religión, el cristianismo como fenómeno ideológico y fuente de poder terrenal y sobre el laicismo. Para reparar de alguna manera tanta infamia se ha celebrado en el Ateneo de Madrid un homenaje póstumo, en el que varios estudiosos de la obra del autor de ‘Elogio del ateísmo’ (1995) o ‘El mito del alma’ (2000), analizaron algunos de los hechos relevantes de la biografía personal, diplomática, política e intelectual de quien fue durante muchos años presidente de honor de Europa Laica. Antes, Puente Ojea había sido subsecretario del Ministerio de Exteriores con Fernando Morán y embajador de España en el Vaticano, entre otros altos cargos al servicio de la Nación.
Nacido en Cienfuegos (Cuba) en 1924 –su padre era allí cónsul general-, Puente Ojea fue un referente fundamental en el difícil camino de España hacia la laicidad y la secularización. Nunca renunció a sus ideas, y ello le cortó muchas alas profesionales en una carrera, la diplomática, enfeudada con el franquismo e invadida por ex combatientes y falangistas. De los 444 diplomáticos que había en España 1960, 113 entraron mediante exámenes patrióticos.
En aquel ambiente, Puente Ojea era un faro para los nuevos. Lo subrayó anoche el también diplomático Ramón Villanueva, ex embajador en Turquía, recordando un tiempo en el que los diplomáticos demócratas cabían todos en el despacho de Puente Ojea, al que evocó en un tiempo como “católico, apostólico, romano y anticlerical”, relacionado por igual con la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), que con el socialista Enrique Tierno Galván.
Especial atención tuvo el paso de Puente Ojea por la embajada del Vaticano que él mismo buscó con entusiasmo. “Necesitaba conocer esa famosa diplomacia. Era como un desafío para un socialista no cristiano”, sostiene Villanueva. Roma aceptó con disgusto el nombramiento, pero, cuando Puente Ojea decidió divorciarse y casarse de nuevo por lo civil, la jerarquía católica se empeñó con furia en una campaña que destrozó la reputación incluso profesional de Puente Ojea, retirado de Roma de mala manera por el ministro Francisco Fernández Ordóñez.
Los documentos del incidente, todo un escándalo entonces, los recordó Eduardo Sánchez, que subrayó las terribles descalificaciones con que aquel ministro justificó la destitución de Puente Ojea, al que Fernández Ordóñez descalificó incluso profesionalmente para ocultar la evidencia de que había sido el papa Juan Pablo II quien forzó la caída del diplomático. La polémica fue tan extravagante que Fernando Savater, otro ilustre laicista, la resumió entonces para EL PAÍS en un largo artículo titulado ‘Embajador en el infierno’. Puente Ojea reunió en un libro los documentos del caso. “Sobre mi persona y las circunstancias de mi cese se han acumulado, con el mayor desorden de la mente y con una delirante incoherencia narrativa, toda suerte de falsedades, disparates y difamaciones”, escribió.
El filósofo Miguel Ángel López, que hizo su tesis doctoral sobre Puente Ojea, cerró el homenaje subrayando la figura del autor de ‘La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la Historia de España’, la última obra de Puente Ojea, como “todo un referente intelectual para la lucha por la emancipación de la conciencia humana”. El homenaje lo completaron intervenciones de César Navarro, presidente del Ateneo; Francisco Delgado, presidente de Europa Laica; Isabelo Herreros, ateneísta y escritor; la periodista Coral Bravo y Juanjo Picó, del área de comunicación de Europa Laica.
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