Talleres y manías
La exposición 'El taller del artista: una mirada desde los archivos fotográficos del Instituto del Patrimonio Cultural de España', muestra casi un centenar de fotografías de los siglos XIX y XX.
Exceptuando el caso de los poetas, es deseable, como dijo Picasso, que a los artistas la inspiración les pille trabajando. Tener un cuarto propio, como reclamó Virginia Woolf para las escritoras, un lugar donde cacharrear, hacer y deshacer, donde concentrarse y divagar, y que de todas estas idas y venidas, euforias, ansiedades y depresiones salga esa cosa que llamamos arte. Para los poetas es preferible pasear. Imaginamos los talleres de los artistas como lugares amplios y destartalados, llenos de cosas, bocetos y otros intentos, y así son: un caos creativo del que surge el orden artístico. La exposición El taller del artista: una mirada desde los archivos fotográficos del Instituto del Patrimonio Cultural de España, hasta el 21 de mayo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Alcalá, 13), muestra casi un centenar de fotografías de estos talleres de artistas de los siglos XIX y XX.
A pesar de ciertas características comunes (el abigarramiento, la saturación de objetos), cada uno tiene su personalidad: Maruja Mallo muestra su ordenada obra vanguardista, Aureliano de Beruete posa con su decimonónica familia, el taller de Néstor rebosa de cojines y flores, el de Antonio García Mencía tiene dentro una modelo desnuda.
Otro lugar lleno de cosas y recovecos como la mente de un artista, por cierto, es el despacho del genial Ramón Gómez de la Serna, que se puede visitar de manera permanente en el Museo de Arte Contemporáneo, en el Centro Cultural Conde Duque (Conde Duque, 9). Y, como complemento a todo esto, conviene rescatar el libro Rituales cotidianos (Turner), de Mason Currey, que si bien no trata de talleres, es una colección de las extrañas manías creativas que tienen los creadores, de Charles Darwin a Woody Allen, pasando por Nabokov, Beethoven o Matisse.
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