El éxito más evanescente
La cordobesa, más exuberante que sutil, arranca constantes salvas de aplausos en el Teatro Real
Empieza a no ser ya tan novedoso, pero aún divierte asistir a la colisión entre artistas populares y sus espontáneas audiencias con un escenario de la prosopopeya del Teatro Real. La cordobesa India Martínez no ha dejado en los últimos años de acrecentar su predicamento en las listas de éxitos, así que bien merecía su noche de gloria en un escenario que han pisado paisanos suyos de similar empaque, desde El Barrio a Bisbal. Dicho todo ello, el consabido “marco incomparable” acabó convirtiéndose en la mayor peculiaridad de la noche del viernes, puesto que nada de lo acontecido sobre las tablas merecería mucho más boato ni tiros largos. India es una triunfadora incuestionable, pero no aporta un solo ingrediente artístico sobresaliente, ni siquiera diferencial. Solo flamenquito de aluvión, encanto en primera persona, buenas intenciones y la complicidad de un público que abarrotó el templo lírico para anegarla de piropos, aplausos cerrados y algún ramo de flores.
El pop de filiación aflamencada se ha convertido en uno de los patrones más inamovibles entre la parroquia peninsular. “Te juzgan por ser diferente”, anota India en Ángel, casi al principio de la velada. Pero sucede justo al contrario: todo está estandarizado, todo suena igual a lo de antes y después. Y, aún peor, al vecindario a uno y otro lado.
Quizá sea una inercia inevitable, a la vista de que solo este género híbrido y ligero conserva cierta presencia en las tiendas: los discos más vendidos en este país durante los últimos siete años los han firmado Pablo Alborán, Alejandro Sanz y Manuel Carrasco. Pero ni siquiera en este contexto timorato habría que resignarse a la sucesión de estribillos clónicos que se nos vino encima este viernes. Por no hablar de esas letras monotemáticas en las que se deslizan versos tan inenarrables como “entre las perdidas tengo tu llamada” (Todo no es casualidad).
A las limitaciones de la fórmula se sumaron algunos errores circunstanciales, como una aburridísima introducción instrumental o el sonido romo y sin profundidad, casi como de hilo musical, que lastró la actuación durante su primera media hora. En realidad, el panorama no se endereza hasta Corazón hambriento, cuando Martínez empuña por primera vez la guitarra y regala la anécdota de su primera composición. La grabó en una casete para conquistar a “un niño” y la entregó a hurtadillas en la puerta del pretendido. Sin demasiada fortuna, si reparamos en que no volvió a saber ni de la cinta ni del muchacho.
Otra canción con ella a la guitarra, Gris, es de largo la que cuenta con mejores hechuras de todo el lote. En general, la reciente ganadora de la Medalla de Andalucía resulta más llevadera si acentúa la palpitación acústica, como en Solo tú o Vencer al amor, saludada con vítores unánimes durante su arrebato final. Pero India Martínez desaprovecha incluso su vozarrón, que a veces resulta más estridente que torrencial, con tanta exuberancia como poca sutileza. Es una lástima: la responsable de este Tour Secreto presume de “adrenalina para sentirse libre”, pero su éxito denota por ahora menos solidez que evanescencia.
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