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POP / Enric Montefusco

Estriptis emocional

El debut en solitario del líder de Standstill, ante un Teatro Lara abarrotado, fue bello y valiente

El músico Enric Montefusco en las oficinas de la discográfica Sony en Madrid.
El músico Enric Montefusco en las oficinas de la discográfica Sony en Madrid.Bernardo Pérez

Tenemos en Enric Montefusco a un librepensador como pocos en la música popular española. Un hombre vulnerable con arrestos para replanteárselo todo. Un tipo locuaz y jocoso, pese a todo; a veces casi monologuista. Y un prosista extraordinario, quizá el más habilidoso en el gremio, junto a Nacho Vegas, a la hora de afilar el lápiz. Existían pruebas abundantes en sus canciones con Standstill, donde anidaban conflictos que jamás invitaron a la indiferencia, pero acabamos de refrendarlo el 1 de enero con un mensaje a través de las redes. Ahíto de tanta melaza, Montefusco tecleó (entre docenas de frases): “Por un año sin una cultura inofensiva, residual y concebida solo para las clases pudientes”.

Meridiana, su debut solista, se ajusta cual guante a la prédica del autor y constituye un salto al vacío de las insatisfacciones y los demonios internos, con Uno de nosotros elevándose como saeta cumbre. También un paseo por la patria de la infancia y el contraste con “tocar fondo”. El Lara se quedó ayer canijo ante este incómodo estriptis emocional, maremoto de lirismo en las antípodas de la autocomplacencia. Enric puede recordar a unos Módulos folkies (le escoltan violín y acordeón), pero acaso comparta ahora directrices con compañeros de generación, cual complemento intelectual de Pachi García o Elefantes. Aún mejor: también azuza una ironía tierna que no escuchábamos desde Vainica Doble. Fíjense, por ejemplo, en Flauta man y sus delirantes asociaciones de ideas escolares.

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Montefusco estuvo pletórico, tan dispuesto a enarbolar la primera persona como para incluir hasta reiteradas instrucciones al técnico de luces. Y sí, también hizo alguna escala en Standstill (¿Por qué me llamas a estas horas?), para que la felicidad fuera completa. El epílogo, dos temas sin amplificación en el recibidor del teatro, quizá fuera una buena idea, pero no apta para claustrofóbicos. Una preciosidad como Obra maestra habría merecido un trato mejor que ese.

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