En este circo hay animales
EL PAÍS pasa una tarde en el Circo Gottani, uno de los nueve españoles que tiene animales salvajes
Elena, una quinceañera con cuerpo de niña, espera tras la pesada cortina roja a que Denny Gottani, el director del Circo Gottani, la llame al escenario para presentar su espectáculo acrobático “la luna”. Abandona el rostro de frío con que soporta los 11 grados de la noche invernal en Vallecas para presentarse con una sonrisa en el centro de la carpa. Casi 150 personas observan desde las graderías, que permiten un aforo de 1.000 espectadores. Mientras el humo envuelve los movimientos ágiles de la artista, el encargado del sonido pone a tope Don’t stop the music de Rihanna, evitando que se escuche el graznar de los patos y ocas que esperan su turno tras bambalinas.
El Gottani, situado en La Gavia hasta el 26 de febrero, es un circo y funciona como tal: El olor a serrín húmedo se confunde con el de las palomitas, las despampanantes plumas azul metálicas se guardan en un bote de basura, el pelaje de los caballos negros emana polvo cuando el animal mueve la cabeza y las artistas calientan antes de salir al escenario al lado de las cabras. El Circo Gottani es una de las nueve carpas españolas que funcionan con animales salvajes, según InfoCircos. En concreto, cuenta con seis elefantes, dos tigres, un león, una llama, dos cabras, además de perros.
A las 16.00 de un viernes, tres horas antes del espectáculo, la carpa es un sitio desangelado. La vida ocurre dentro de las decenas de caravanas aparcadas detrás del gran toldo amarillo y azul. 50 personas, provenientes de 12 familias, funcionan como vecinos durante los tres meses que dura la temporada. Denny Gottani, que pertenece a la quinta generación circense de su familia, no puede responder con claridad a qué país pertenece: “Desde que nací, mi hogar ha sido el lugar donde ha estado instalado el circo: soy de Italia, Francia, Marruecos, España y más”. Su familia es la única del Circo Gottani que continúa todas las temporadas. Este año los artistas que los acompañan son rusos, argentinos, portugueses e italianos.
Lorela, la hija de Danny Gottani, tiene 13 años. Vive en Toledo, donde está su instituto, pero todos los días se acerca a la carpa en La Gavia. Desde los 8 años entrena con caballos, porque es su animal favorito. “A mis amigas les digo que vivir en un circo es muy divertido y que ellas se lo pierden”. Horas antes de la funciones se la puede ver levantando la puerta metálica del carrito de las golosinas con una palanca, barriendo o compartiendo con el resto de los jóvenes. Siempre con su chaqueta del circo y los párpados perfectamente maquillados con sombras fucsias y verdes.
Como es un viernes lluvioso, los animales están dentro de sus jaulas o en el caso de los seis elefantes, resguardados en una carpa propia. Jay Gartner, de 42 años, es el domador. Su historial circense se puede ver en blanco y negro colgado en las paredes de su caravana, situada junto a “sus” elefantes. “Cada domador duerme al lado de sus animales. Yo antes de tomarme el café de la mañana, los voy a ver. Luego se les deja pasear, comer y cuando les toca, los lavo. Ya no practicamos, si tienen 40 años, qué más les voy a enseñar”, narra Gartner, quien enseña una chapa con la leyenda "Sí al circo con animales". Sergio Gottani, de 72 años, domador de tigres y rinocerontes, explica: "Los que no quieren animales son los que no van al circo, si el público siempre nos pregunta cuáles tenemos".
A medida que se acerca la hora de la función los artistas comienzan a salir de sus caravanas y desde la carpa se escucha música circense. Un padre, vestido en chándal pero con la nariz de payaso puesta, sale de su habitación para regañar a los niños que saltan en una cama elástica sin abrigo. El mayor tiene nueve años y cuando sea grande quiere convertirse en domador de tigres. El que le sigue, de ocho, de elefantes; y la pequeña, de cinco, quiere ser payasa y profesora. Dogan, el mediano, cuenta que a sus amigos los conoció en el Circo Roy, en el Circo Coliseo y en el Circo Roma.
El espectáculo arranca con 10 minutos de retraso mientras el público continúa ingresando en la carpa. "Los viernes son un día flojo, en general los sábados vienen 800 personas y en Navidades se peta", aclara Denny. El mismo que horas antes revisaba a los elefantes junto al domador, luego martillaba los soportes de la carpa y más tarde le daba instrucciones a su hija, ahora recibe al honorable con un traje negro y una chaqueta militar con las costuras plateadas. Su voz se transforma en la de un anfitrión circense de catálogo, y con ánimo y esmero, dice la frase que resuena en su cabeza hace 38 años: que comience la función.
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