El trabajo en el capitalismo digital
En un mismo lugar pueden coexistir personas con situaciones de salario y empleo muy distintas. Pero la tecnología puede y debe ser gobernada y politizada, decidiendo cómo se reparten costes y beneficios
Uno de los últimos informes de la administración Obama ha sido el dedicado a los impactos de la inteligencia artificial en la economía y en la propia concepción del trabajo. Se suma a otros muchos que desde organismos multilaterales (OCDE, FMI, OIT, etcétera) se han hecho sobre la incertidumbre que rodea a muchos puestos de trabajo, hoy amenazados por la creciente automatización y digitalización de procesos productivos, relaciones de intercambio y servicios de todo tipo. Los temores y dudas que todo ello plantea han sido bien aprovechados por Trump en su campaña. Tenemos abundantes ejemplos históricos sobre los efectos que cualquier cambio tecnológico importante genera en el llamado “mercado de trabajo”. En algunos casos el cambio tecnológico favorece a los que tienen menos nivel educativo y menos habilidades, mientras en otras ocasiones, como ahora, parece suceder lo contrario.
Como subraya el informe mencionado, el maquinismo del siglo XIX propició una mayor productividad de los trabajadores con menos capacidades. Lo hizo propiciando que labores antes solo accesibles a artesanos muy dotados y experimentados fuera posible llevarlas a cabo por máquinas que los sustituían y multiplicaban su productividad. Máquinas que, además podían ser manejadas por operarios menos habilidosos y experimentados.
Lo que ahora sucede es, en parte, lo contrario. La revolución tecnológica actual está más sesgada a favor de los que tienen más capacidades cognitivas y que mejor se manejan en entornos digitales. En efecto, las labores más rutinarias son más fáciles de programar y dejan poco espacio a muchos trabajadores que ocupaban esas posiciones. Mientras que pueden verse favorecidos aquellos más creativos y capaces de replantearse procesos. Los más formados incrementan su ventaja y salen perjudicados aquellos que ya ocupaban las posiciones peor retribuidas. La desigualdad aumenta ya que la distribución de costes y beneficios de los efectos que genera el cambio digital no se produce de manera equitativa.
¿Cuántos puestos de trabajo pueden desaparecer? Como casi siempre, las previsiones van del más negro pesimismo al más ingenuo optimismo. No es fácil acertar, ya que no hablamos de cambios en un determinado proceso productivo, sino de un conjunto de transformaciones tecnológicas que van desde la comunicación personal al funcionamiento del hogar, pasando por el consumo, las transacciones financieras, el transporte o la seguridad en las ciudades. Tampoco está claro si lo que resulta afectado son tareas concretas (como transmitir información y conocimiento a los alumnos, por ejemplo), o la propia ocupación en su conjunto (ser profesor).
La automatización requiere partir de pautas para poder generar supuestos de acción futura, y puede no ser capaz de sustituir la inteligencia social, la creatividad y la capacidad de juicio que muchas profesiones o tareas requieren. Pero ese tipo de cualidades no son necesarias en cualquier tipo de trabajo.
Por otro lado, vemos que el taylorismo, antes centrado en procesos productivos, ha irrumpido con fuerza en el sector servicios de la mano del cambio digital. Empresas como Amazon controlan con algoritmos las labores de almacenamiento y distribución de sus empleados. Otras, como Uber, monitorizan por completo el desempeño de la labor de sus empleados “autónomos”. Y ese nivel de automatización y de control favorece además el que puedan ser fácilmente sustituidos o se puedan externalizar esas labores a empresas que dispongan de personas peor retribuidas o con menores costes sociales, favoreciendo así la precarización general de muchos puestos de trabajo.
En un mismo lugar de trabajo pueden coexistir personas con situaciones de salario y empleo muy distintas, sea de manera permanente o estacional. Entramos pues en situaciones híbridas de empleo en las que se dan asimetrías muy importantes de poder, de acceso a la información y de condiciones laborales. Pero todo ello no es irremediable. La tecnología puede y debe ser gobernada y politizada. Decidiendo cómo se reparten costes y beneficios y cómo somos capaces de compensar y favorecer las transiciones de los socialmente más afectados. Se exigen esfuerzos educativos muy significativos e inversiones públicas estratégicamente dirigidas. Y sin duda obliga a replantear normativas, labores sindicales y nuevas capacidades de movilización colectiva en defensa de condiciones dignas de trabajo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.