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No hay residencia para José María

Un hombre sin extremidades demanda plaza en una residencia, que ya le fue denegada en 2014 por su “dependencia a sustancias tóxicas”

José Pérez Cuevas, junto a su madre, en su domicilio en Torrejón de Ardoz.
José Pérez Cuevas, junto a su madre, en su domicilio en Torrejón de Ardoz.JULIÁN ROJAS

José María sueña con ver el mar. De momento tiene que conformarse con un pino, un castaño y la pared de un edifico que observa desde la ventana de su salón, del que no sale desde hace más de tres años. Hace cuatro, una necrosis obligó a amputarle sus extremidades. Se siente preso de la vida. Sus padres, ancianos y enfermos, no pueden atenderlo, por eso a finales de 2013 solicitó plaza en una residencia de la Comunidad. En junio, la Consejería de Asuntos Sociales le notificó que denegaba la solicitud por su “dependencia a sustancias tóxicas psicoactivas”.

“Nadie comprobó mi situación. Mi madre no iba a comprar la droga para dármela”, explica José María Pérez, de 52 años, infectado de VIH y que padece hepatitis C. Asegura que entonces ya hacía dos años que no consumía y que, incluso, había seguido un programa para desintoxicarse. Suspendió el tratamiento con metadona en 2013. Por esas fechas, Asuntos Sociales le reconoció una discapacidad del 96% y determinó que lo más adecuado para él era un servicio residencial. Pero se le denegó. La consejería se excusa en que cuenta con plazas limitadas y que la familia debió haber recurrido la resolución en el plazo del mes que marcaba, aunque desconoce si se le hicieron las pertinentes pruebas de adicción. Para reiniciar el proceso, aconsejan que José María acuda a los servicios sociales de su municipio, Torrejón de Ardoz, aunque la dirección general de atención a la discapacidad ya estudia su caso, del que “no hay precedente”. “Hay recursos residenciales para drogodependientes con deterioro, pero tienen un carácter temporal porque el fin último es su rehabilitación”, dicen desde Sanidad.

“No recurrimos porque somos analfabetos. Nos denegaron la plaza y nos conformamos”, relata su madre, Ana María, de 79 años. Ella se encarga del cuidado de José María, aunque apenas ve y debe atender a su marido, también enfermo. Una mujer acude 50 minutos cada día para ayudarle en el aseo personal de su hijo. “La Comunidad le ha dicho a FAMMA (asociación que le ayuda) que llevo dos años en lista de espera para obtener plaza”, afirma José María. Comenzó a tomar heroína con 15 años, a finales de los setenta, cuando la droga arrastró a tantos jóvenes hacia el abismo. “Es un bucle del que no puedes salir”. Todo empeoró en 1985, cuando volvió de realizar el servicio militar. “Me desaté”, confirma. Para pagar su adicción asaltaba bancos, al menos una decena. “Iba con una pistola de plástico, jamás hice daño a nadie. Lo que duele en esta sociedad es que robes dinero, estás más tiempo en la cárcel que si matas”.

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Dos décadas preso

José María ha pasado dos décadas en prisión por los robos. La primera vez que entró era 1986 y estuvo nueve años recluido. Sin embargo, asegura que la peor cárcel es la que está viviendo ahora, postrado en una silla. Aunque habita un primer piso, su edificio no tiene ascensor y para salir a la calle ha de salvar cuatro tramos de estrecha escalera. “Firmaba estar toda la vida en una celda, pero con brazos y piernas”. La desgracia aconteció la última vez que pisó la cárcel, en 2012, pocos días después de ser trasladado desde Alcalá-Meco al penitenciario de Santander. “Comencé a sentirme mal y fui a la enfermería. Me dijeron que era una simple gripe. Les repetí que no sentía los dedos, pero el médico siquiera me reconoció”, narra. Pasó cinco días en su celda incomunicado porque no podía moverse. Al volver a la consulta, “la enfermera salió corriendo al ver mi estado”. Lo llevaron al hospital de Santander, donde estuvo 12 días inconsciente. “Cuando llegué me dijeron que no tenía arreglo, que habían llegado tarde y que se moría”, rememora su madre. Y añade: “Estaba negro, parecía King Kong”.

“La necrosis es originada por una bacteria y le puede pasar a cualquier persona sana”, expone Francisco del Piñal, médico especializado en amputaciones de la mano en el Hospital La Luz de Madrid. Según el doctor, la sepsis se vislumbra como un cuadro viral, de ahí que parezca un simple catarro, pero en unos días tiene “un resultado espeluznante”. Lo explica: “La afección es sanguínea, por lo que al corazón le cuesta bombear. El cuerpo se defiende llevando la sangre al cerebro, hígado y riñones, órganos básicos, y abandona todo lo demás. Por eso lo primero que decaen son las extremidades, e incluso puede causar la muerte”.

La pelea de la familia ahora está en determinar cómo se contagió José María. Para ello han demandado a instituciones penitenciarias, al médico que lo atendió y al Ministerio del Interior. Han perdido en dos ocasiones: primero dijeron que había prescrito el caso y luego alegaron defecto de forma. José María se lo toma con humor: “El defecto de forma lo tengo yo, que entré en la cárcel con brazos y piernas y ahora no los tengo”.

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