No sé si salen las cuentas
Los presupuestos de Barcelona nos dibujan una ciudad guay, humana, cálida y estancada, más para jugar que para trabajar, salvo que sea en economía social y solidaria
Una audiencia pública es una reunión en la que la autoridad dispone su discurso complaciente, hablando sobre todo de participación, y los presentes hacen preguntas que no tienen ninguna consecuencia real. Es un ritual, falso como todos los rituales. El 30 de noviembre se convocó al pueblo para valorar un presupuesto municipal que no podían modificar, porque ya estaba a disposición de los grupos políticos, que han decidido votar en contra más por razones estratégicas que por lo que hay en las partidas.
La audiencia no tenía resquicio para cambiar nada y cada vecino traía su guion a punto: eran unas cuarenta personas que preguntaron por lo que les convenía. Y más que nada escucharon como el equipo municipal, en el que figuraba el señor responsable de la participación, se ponía medallas por haber inventado la sopa de ajo.
Dijeron que son los primeros a colgar en la red el presupuesto. Este Ayuntamiento es afecto a adjudicarse primacías falsas: los números del señor Trias todavía están en Internet. Lo que los “comunes” han puesto a disposición es un resumen de sus buenas intenciones, de las que nadie duda, sin entrar en detalles. Para entendernos, no puedo saber cuánto dinero se destinará a la construcción de la biblioteca de Les Corts pero sí puedo saber que mi barrio será el que menos dinero reciba, como suele ser. Será por eso que últimamente cada vez que hablan de participación alguien les afea la conducta.
Fue gracioso que surgiera un señor para decir que se sentía ofendido por las sesiones “dirigidas” que acaban pegando “gomets”, como si fueran párvulos: la palabra clave es dirigidas. Otro vecino apuntó algo peor: falta comunicación con las entidades, se ha retrocedido, dijo. ¿Será que el Ayuntamiento prefiere tratar con vecinos individuales? Esto provocaría la segunda gran desmovilización —la primera fue en el inicio de la democracia— y el retorno al despotismo ilustrado socialista, ahora en nombre del pueblo soberano. Son síntomas que el mismo Ayuntamiento desmentiría, pero me inclino a pensar que algo de razón tendrán las asociaciones quejosas.
El presupuesto fue calificado de participativo porque dos distritos hicieron pruebas de discusión abierta, con resultado más bien menor. Esta modalidad nació en Porto Alegre, que durante unos años, cuando el Foro Social alternativo al selecto club de Davos, fue un faro universal de pensamiento progresista. Pero no nos imaginemos asambleas multitudinarias en las plazas: Porto Alegre tiene más de un millón de habitantes y los balances de la participación no pasaron de un 10%.
Sin embargo, la pauta llegó a Europa y en Barcelona la compró Joan Clos, que la aplicó a los distritos, porque este regateo sólo toca obra menor y de proximidad. Y ahora también, aunque otras ciudades fueron más a fondo: Gràcia discutía 150.000 euros; l’Eixample, 500.000. Y siempre sobre temas acotados por los cinco ejes sobre los cuales pivota el Plan de Acción Municipal, que la oposición tampoco aprobó, y que nos dibujan una ciudad guay, humana, cálida y… estancada. Una ciudad más para jugar que para trabajar, excepto que sea en “economía cooperativa, social y solidaria”. Una ciudad que comparte sólo la parte de los barceloneses que se sienten reflejados en su propia utopía amable, y que es lo que da cuenta de la minoría del gobierno municipal.
Empieza a ser urgente una discusión a fondo del modelo de ciudad, porque más allá de desigualdades o abusos turísticos a corregir, esta minoría de gobierno nos está llevando, vía decreto, a un mundo de color pastel en el que las palabras se pronuncian, pero no significan compromiso. En la Audiencia pública se oyeron voces devotas, pero no se estaba hablando de modelo, ni de números, sino de qué hay de lo mío. Y tendríamos que saber hasta qué punto el PSC comparte este modelo, que se aleja de la ciudad competitiva e innovadora, para centrarse en la vida pequeña y doméstica de los barrios.
La presencia de Barcelona en el mundo sólo tiene un apartado, el de la “justicia global”. Pero todo presupuesto es relativo: son palabras, no acción. Este es expansivo —porque se puede—, generoso con la cultura, opaco en las inversiones menudas y autodefinido a mayor gloria de los nuevos paradigmas políticos, incluida la “perspectiva de género” en todas las partidas. Bienvenida, pero no sé si con eso sacaremos la ciudad adelante.
Patricia Gabancho es escritora.
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