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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Universitarios irreformables

Algunas de las críticas al sistema universitario catalán proceden de sectores que se resisten a los cambios que buscan la excelencia

Pablo Salvador Coderch

No se ven por definición, pues son la obra viva de las universidades públicas de Cataluña, su carena. Con 40 desesperanzados años de edad y por el sueldo intranquilo de un becario, nuestros profesores no permanentes enseñan, investigan y gestionan el día a día de los centros de enseñanza superior, los mantienen a flote. El sistema universitario español —y el catalán con él— creció con desmesura en el último tercio del siglo XX, pero empezó a declinar ya antes de su final, cuando las cohortes demográficas de jóvenes en edad de estudiar en la universidad comenzaron a disminuir: en Cataluña pasamos de 700.000 a mediados de los noventa a unos 500.000 hoy. Pero las universidades, irreformables, miraron a otro lado.

Un segundo factor de decadencia fue la crisis inmobiliaria y financiera de 2008 y su gestión, caracterizada por los recortes lineales, no cualitativos. No hubo ningún ERE en las universidades catalanas y ahora los profesores desesperanzados pagan por los demás. Un tercer factor ha sido el desarrollo tecnológico. Esto es crucial, pues el mayor obstáculo a las reformas pasa por la canonización de la resistencia al cambio tecnológico, a la globalización. Faltan graduados en STEM (acrónimo en inglés de science, technology, engineering and mathematics) y, sobre todo, aquellos que combinan dos grados, acaso de tres años cada uno.

A veces, la resistencia se quiere fundamentar en la necesidad de las humanidades. Pero es una objeción insincera: unos no quieren reconocer que es harto complicado enseñar historia del arte europeo sin saber dibujar en varias modalidades de perspectiva. Otros no quieren ver que parte del problema de las enseñanzas de letras tiene que ver con que la “ee”, la meritoria Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonés, está llena a reventar, pero las universidades son rígidas a la hora de enseñar a escribir en los grados. Yo mismo encuentro resistencias cuando, en lugar de poner exámenes, utilizo un test y dejo que los alumnos redacten y defiendan un trabajo sobre una cuestión jurídica, algo mucho más revelador del talento que tres respuestas sobre un temario memorizado.

Los universitarios irreformables dirigen sus críticas a lo mejor del sistema catalán. Detestan la excelencia, por elitista, y han iniciado una campaña en contra de sus puntos débiles. Quede claro que la pieza central del sistema catalán, el programa ICREA (vean www.icrea.cat), iniciado en 2001 por Andreu Mas-Colell, está fuera del alcance de los irreformables: el programa descansa en dos pilares, uno dirigido a la captación de investigadores excelentes (como Neus Sabaté, física) y otro a premiar a profesores de primer nivel (200.000 euros en cinco años que se reparten entre la universidad y el galardonado, por ejemplo, Manuel García-Carpintero, filósofo).

Son ya unos 250 investigadores ICREA y han cambiado el mapa de la Cataluña científica en el mundo. Ahora se nos ve más que hace quince años. Nadie osa criticar a ICREA abiertamente. Aún no. Lo mismo vale para las grandes infraestructuras de investigación, admirables centros desconocidos y, en varios casos, compartidos con el Estado. Prueben: ALBA (www.cells.es) , CNAG (www.cnag.cat) y BSC (www.bsc.es).

Las críticas se ceban con el plan Serra Húnter (http://serrahunter.gencat.cat), el cual se propone haber incorporado en 2020 a 500 nuevos profesores de excelencia en las siete universidades públicas catalanas. Se censura porque descansa en la figura del profesor contratado, rehuyendo su funcionarización. Pero es una cuestión de niveles: los superiores tienen contrato indefinido.Otras críticas eran predecibles: el sistema Serra Húnter es muy burocrático, pues los candidatos necesitan haberse acreditado ante una agencia evaluadora para participar luego en un concurso que se divide en dos fases. La primera es eliminatoria por razones de mérito y sólo la segunda es pública. Cualquier abogado sabe que un sistema así genera litigios, pues los eliminados no arriesgan nada si llevan su caso ante los tribunales. Añádase que se prima sólo al inglés como lingua franca. Pero en su conjunto la iniciativa supera el grado de calidad y, sobre todo, de honestidad, de la cooptación tradicional.

Los irreformables ponen finalmente el acento en que todo el sistema es exógeno a las universidades, cuenta poco con ellas, vaciándolas de poder. Cierto. Pero reformar desde dentro una universidad en un país poscatólico del Sur de Europa es como reformar una orden monástica: siempre ha sido mucho mejor salir de la orden y fundar otra reformada fuera. Para evitarlo habría que reestructurar enseñanzas, fusionar departamentos y revisar cada cinco años su composición. Unos al alza y otros a la baja.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la UPF.

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