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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Trump que llevo dentro

Hay cierta justicia poética en la rabia que sienten muchos votantes que se han sentido abandonados por quienes no deberían haberlo hecho jamás, los demócratas

El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump.EFE

Los lloriqueos y aspavientos porque ha ganado Trump son cansinos, sí, pero lo peor es que después de leer decenas de análisis sobre los comicios no he encontrado ni una asunción de responsabilidad por parte de nadie. La prensa estadounidense, que está encantada de haberse conocido, va llenando páginas con artículos que la describen a ella mucho mejor que a Trump. Hablan de posverdad y de cosas tan raras como Kardashianized Authoritarianism, que vendría a ser la berlusconización de la política americana.

Cambiaría mil metros cuadrados de artículos por un breve de mea culpa, pero la culpa es negra y no la quiere nadie. Porque, antes de marcar distancias con Trump, ¿no sería honesto y deseable medir las que nos separan de él? A lo mejor es que no hay tantas, puede que no sean tan grandes. Si insistimos tanto en ellas, ¿no será que hay algo que nos une a él de manera irremediable? ¿Qué parte de Trump compartimos del magnate hortera, prepotente y racista?

De hecho, el nuevo presidente es un poco de todos nosotros. “Podría disparar en la Quinta Avenida y no perder un solo voto”, dijo. Creo que si hubiese cambiado la Quinta Avenida de Nueva York por el último villorrio de Kansas habría sucedido lo mismo, puesto que al fin y al cabo, no ha ganado Trump, es el sistema el que gana a través suyo. Trump es la celebración del triunfo de un sistema en el que todos acabamos participando, una forma de organización del poder cuya circunferencia está en todas partes y cuyo centro en ninguna.

Se me ocurren pocos símbolos más adecuados para el triunfo del capitalismo que la victoria de Trump, cuyo currículum responde de manera precisa y exacta al tipo de valores que han ido al alza durante las últimas décadas. Negocios turbios, universidades fraudulentas y todo tipo de actividades que el capitalismo salvaje puede bendecir. El capital se vota a sí mismo y gana pero no nos escandalizemos: aquí se salvaron los bancos y ni tan solo la prensa puede hablar de ello con libertad. Posverdad, dicen… Si no gana un Trump es porque ni falta que hace.

Por lo demás, me parece que hemos sido educados en dosis de clasismo, machismo y racismo lo suficientemente altas como para no tratar a Trump como un extraño. Los artículos que expelían algunos think tank patrios antes de la crisis eran neoliberalismo de Barea y Rato, de nuevo rico o de Curro Jiménez. Al menos Trump es rico de toda la vida.

Sus votantes nos van a ser la mar de útiles. Se van a convertir en nuestro villano preferido. Recordaremos cómo los alumnos blancos de un instituto gritaban a sus compañeros de aula, latinos, “¡Construyamos el muro, construyamos el muro!” pero olvidaremos que Zapatero hizo lo mismo en Melilla. Del machismo hablan por sí solas las cifras de violencia de género, de desigualdad salarial o la cantidad de implícitos que llevamos dentro, nos va a llevar la vida quitarnos esa mugre.

Lecciones a los votantes de Trump, pocas, y menos si las tenemos que leer provenientes de la ilustrada izquierda europea. De la americana, tampoco. El alcalde de Chicago aseguró en un discurso muy bonito que la inmigración se podía sentir segura en la ciudad. No digo que no fuese necesario, pero en una ciudad con un tercio de latinos y un tercio de afroamericanos, sorprende la bajísima proporción de estas comunidades en las universidades del estado. Dijo seguros, no estamos hablando de la igualdad de oportunidades, supongo que lo que quería decir era que no habría redadas para deportarlos. Algo es algo.

Obama humilló públicamente a Trump en una ocasión, después de que el magnate se ensañase con su origen y religión, y enseñó en una cena cómo podía ser la Casa Blanca si Trump fuese presidente. Una horterada, por supuesto, un cúmulo de lujo innecesario. Dicen que ahí empezó todo y tiene ciertos visos de credibilidad. Hay cierta justicia poética en todo esto, en la rabia que sienten muchos votantes que se han sentido abandonados por quienes no deberían haberlo hecho jamás, los demócratas, la parte contratante que ha permitido que se engendraran monstruos económicos como Trump o Lehman Brothers. Eso también es una humillación. La prensa norteamericana tampoco querrá reconocerlo, pero lleva un Trump dentro.

No me extraña que Henry Kissinger haya declarado que es el presidente más genuino que ha visto. No puedo estar más de acuerdo.

Francesc Serés es escritor.

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