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40 ANIVERSARIO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De un tiempo, de un país

Lluís Bassets
Jesús de Polanco, Antonio Franco y Juan Luis Cebrián en las rotativas de Zona Franca en 1982.
Jesús de Polanco, Antonio Franco y Juan Luis Cebrián en las rotativas de Zona Franca en 1982.

Seis años son toda una vida para un niño de esta edad. Cuando llegue a los cuarenta, en cambio, se codeará con quienes nacieron seis años después como si fueran de la misma generación. EL PAÍS, que este pasado mes de mayo cumplió sus primeros 40 años, tenía solo seis cuando tomó una decisión que iba a ser trascendental para su futuro y que parece ahora fundirse con sus propios origines.

Era ya un niño prodigio, puesto que en tan poco tiempo se había convertido en el periódico de mayor difusión en España y de la historia de España, superando a toda velocidad a grandes periódicos que ya se acercaban a centenarios. Se había convertido también en el periódico de referencia intelectual y política de la democracia constitucional recién estrenada, identificado con el espíritu de aquella transición que superó, al menos para un largo período, las dos Españas fratricidas de la guerra civil. Y lo había hecho, para sorpresa de todos en aquel país todavía pobre y en crisis, gracias a la única garantía con que cuenta el periodismo para su independencia, como fue su capacidad para arrojar una cuenta de resultados saneada desde el primer día en que empezó a difundirse.

Entre las sorpresas que deparó aquel brillante comienzo se contaban las cifras de difusión en Cataluña, donde el periódico se agotaba a toda prisa a pesar de que con excesiva frecuencia llegaba muy tarde a los quioscos. La prensa de hace 40 años pertenecía todavía a un mundo industrial que hoy se nos antoja remoto e incomprensible. Los periódicos se imprimían en las máquinas rotativas de unas únicas instalaciones en la ciudad donde se editaban y se distribuían dificultosamente por carretera y muy excepcionalmente por vía férrea o aérea, unas formas de transporte que no aseguraban la puntualidad ni siquiera la regularidad.

Precisamente gracias a la buena gestión de aquel niño prodigio y a la fuerte demanda que registraba el diario, sobre todo en el área de Barcelona, pudo plantearse la primera de las nuevas aventuras empresariales de la sociedad editora, como fue el desembarco en Cataluña, con el reclutamiento de una redacción entera, en la que se contaban jóvenes pero ya destacados periodistas barceloneses, y la construcción en la Zona Franca de unas instalaciones industriales integrales para la impresión, almacenamiento y distribución.

Aquella fue una época realmente inaugural. Por primera vez un diario editado en Madrid lanzaba una edición para Cataluña desde Cataluña. Por primera vez, un periódico barcelonés salía del perímetro del centro urbano y se instalaba en su periferia. Por primera vez se utilizaba una tecnología de punta, la transmisión de las páginas vía telefónica, para imprimir simultáneamente los ejemplares del periódico en Madrid y Barcelona.

Todo era inaugural: la democracia, las libertades, la autonomía, cuestiones todas ellas que establecían también una corriente de simpatía entre el periódico y los catalanes, que se contaban entre los ciudadanos españoles que dieron una aprobación más nutrida a la Constitución española en el referéndum de 1978. También era inaugural el nuevo periodismo español en libertad y en democracia, celosamente independiente, en el que ya destacaba EL PAÍS como periódico de referencia.

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Junto a la demanda del público y a la vocación empresarial, hay una tercera explicación para la edición catalana de EL PAÍS como era la buena sintonía política e intelectual del equipo profesional y empresarial del periódico con el autogobierno catalán recién recuperado y con la plena normalización de la lengua catalana en la vida pública, la enseñanza y los medios de comunicación. EL PAÍS, que fue entonces pionero en tantas cosas, también lo fue con su suplemento cultural en lengua catalana Quadern, que empezó a publicar desde su lanzamiento catalán en el momento en que no había páginas en la lengua propia de Cataluña en ningún otro periódico editado en castellano y que sigue publicando ahora 34 años después.

EL PAÍS publicó su primer ejemplar el 4 de mayo de 1976, hace 40 años, y su primer ejemplar de la edición de Cataluña el 6 de octubre de 1982, hace 34. Ahora las dos fechas casi se funden en la memoria de los orígenes de nuestro diario, de manera que podemos celebrar a la vez su fundación y el principio de su aventura catalana como si fueran la misma cosa. Y es que en cierta forma lo son: EL PAÍS nació en Madrid con una inequívoca vocación de proyección hacia Cataluña y se implantó en Cataluña con una profunda vocación de integración española, que es la que además da sentido y orientación a su línea editorial europeísta y proyectada hacia el mundo global y especialmente latinoamericano.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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