Ramon Casas, pintor de las mil caras
Una exposición documenta las múltiples facetas de uno de los principales exponentes del modernismo
Fue en un viaje a París, en marzo de 1906, cuando en una parada obligatoria del camino en las cocheras de Moià, el pintor Ramon Casas hizo una fotografía: viejos carruajes tirados por caballos en un cochambroso cobertizo. La imagen fue la que luego le sirvió para hacer un gran lienzo: a un lado del cobertizo reflejó aquellos caballos y los carruajes con unas personas de pie que representaban la sociedad más tradicional —una mujer con ropajes hasta los pies y pañuelo a la cabeza, un cura, un mozo y un ¡mosso d’esquadra!— y al otro lado, un flamante coche —un Delaunay-Belleville— bajo el mismo techado con una luz que inunda el fondo de la escena. La cotxera es el nombre de ese lienzo que representa la modernidad y lo antiguo, dos mundos con los que convivió el artista, uno de los grandes del modernismo, que se puede contemplar en la exposición Ramon Casas. La mirada moderna, en la galería Gothsland de Barcelona. Y comprar, si se dispone de unos 500.000 euros.
La cotxera es una de las piezas más singulares de la muestra, porque no se ha expuesto desde 1976 y hasta por su tamaño, es un gran óleo de 1,45 x 1,93 metros que Casas pintó en 1907, un año después de que realizara aquel viaje en compañía de uno de sus inseparables amigos, Pere Romeu. Iban a París a recoger el chasis del vehículo que el artista había adquirido al fabricante francés.
Los viajes que realizó Casas fueron muchos; y a ellos se refiere a menudo en la abundantísima correspondencia que cruzaba con sus amigos, entre ellos otro fenómeno del modernismo, Miquel Utrillo. A éste contaba, por ejemplo, que aprovechando el tiempo libre que tenía en las sesiones para retratar al rey Alfonso XIII, se escapaba por los alrededores con su coche con el que logró subir al Alto del León, en Guadarrama. Donde, como en las cocheras de Moià, también hizo fotos que luego utilizó para pintar el óleo La dama del visó. Una obra que le sirvió de modelo, a partir de junio de 1904, para ilustrar la primera emisión de las acciones de la Hispano-Suiza en las que se veía una mujer envuelta en un abrigo de visón con el morro del coche de fondo. Porque Casas pintaba, con frecuencia, escenas que él había vivido en sus viajes, como el que hizo con motivo de la Exposición Universal de París en 1900 donde estuvo una temporada, lo suficiente para comentar en sus cartas las prisas de los últimos días. Y criticar, también, la fealdad de la Puerta Monumental de la exposición, apodada Binet, nombre que se le dio en honor al arquitecto francés René Binet, su autor.
Son informaciones y curiosidades de la vida de Casas que se detallan en un prolijo catálogo de la exposición. “Hemos dedicado bastante a la investigación para conocer más a fondo la personalidad de un genio que mantenía una intensísima correspondencia con sus amigos. Casi a carta diaria”, explica Gabriel Pinós, propietario de la galería y comisario de la muestra. Y así descubrió que Casas atropelló a un hombre en El Escorial y que intentó esquivar el pago de una indemnización de 20.000 pesetas al herido.
La exposición está dividida en cuatro partes: Roda el món i torna al Born (la de los viajes que hizo Casas), Retratos de lo íntimo y el Público, Imágenes fin de siglo de un ideal femenino y Pèl i Ploma, que se centra en algunas de las ilustraciones del artista que publicó en esa revista. La muestra, que se podrá ver hasta el 5 de enero, es la última que se celebra en Barcelona en el marco del Año Ramon Casas, que se inició con Ramon Casas. La vida moderna, en el Museu del Modernisme de Barcelona, también comisariada por Pinós.
Aquí son 40 obras de Casas las que se pueden ver (y comprar), algunas inéditas, como La cotxera y Chula, uno de los retratos que el artista pintó (en 1899) de mujeres cubiertas con mantones y pañuelo a la cabeza. Unos lienzos que muestran la evolución de la visión de Casas sobre las mujeres: desafiantes y retadoras unas; señoras con pose de revista de moda, otras. Una serie en la que no falta Júlia, la que fue su musa y compañera de vida en un dibujo de carboncillo sobre papel que recuerda La Sargantain, que se pudo ver en la exposición Júlia, el deseo. Ramon Casas en el Círculo del Liceo, la primavera pasada. “Tiene parecida pose, aunque más moderada, no tan retadora, más adulta, pero siempre seductora”, comenta Pinós.
Algunos de los retratos son del entorno más próximo al artista, como los de su hermana Elisa, su sobina Glória Codina y su marido Artur Riera, y el que fue su gran amigo Santiago Rusiñol. Y en la parte de la muestra dedicada a Pèl & Ploma, la revista que nació para promocionar la creación artística de la época, destaca el gran dibujo a carboncillo de Pere Romeu, que luego fue el cartel de Els Quatre Gats. Entre 1899 y 1903, Casas realizó una amplia colección de dibujos para esa cabecera; seis de ellos se pueden ver en la exposición. “En 1901, la revista dedicó un dibujo de Casas, originales firmados, a cada uno de los suscriptores. Unos dibujos de trazos rápidos, precisos pese a la improvisación”, apunta Pinós que lamenta que la gran mayoría, probablemente, se habrán perdido “por el poco valor que se les dio en aquel momento”.
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