Avalancha desbocada
El dúo británico ofrece una descarga inapelable ante más de 7.000 espectadores abocados a la catatonia

Sucumbamos o no a la tentación de la química, The Chemical Brothers siguen garantizando un viaje sónico por la estratosfera (y más allá). El del viernes en el Barclaycard Center, colofón del tercer Madrid Live de nuestros otoños, fue tan brutal que no dejó indemne un solo pabellón auditivo. Tom Rowlands y Ed Simons saben apurar cada recurso, y no digamos ya cada decibelio, para la catatonia electrónica. Sus victorias no son por persuasión, sino que adquieren forma de avalanchas desbocadas, de riadas incontrolables. El espectador puede no comulgar, pero necesitará una mente privilegiada para abstraerse del tumulto.
Imposible eludir la orgía de rayos estraboscópicos verdes que se disparan desde el fondo del escenario para impactar poco menos que en la calle Goya, o a ese monigote alienado que camina hacia ninguna parte mientras una lluvia de cajas blancas impacta sobre todo su cuerpo (Sometimes I feel so deserted). Los toques de funk asilvestrado se prolongan hasta Chemical beats, una descarga con tanto ensañamiento que hasta el Black album de Prince parecería un disco de baladas. Fue lo mejor, de largo, junto a los puntuales delirios oníricos con trasfondo oriental (que para eso Tomorrow never knows había servido de preludio). El resto, una colección de descargas berlinesas-ibicencas, acaba fatigando.
La presencia humana, ya imaginarán, es irrelevante. Simons y Rowlands quedan reducidos a dos espectros encorvados que ocasionalmente alzan los brazos ante una audiencia que, a su vez, alza los móviles y dirime batallas encarnizadas en las barras. El balance es de 7.300 almas abducidas en distintos grados y direcciones. El aturdimiento se aligera a golpe de humor: Out of control coincide con un estallido de ácaros en la pantalla gigante y cuando ululan las sirenas nos acompañan unos tubistas ancianos vestidos de circo. Pero al final escaseó la química. Y va a ser que hacía falta.
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