Cuando se roza lo sublime
El Cuarteto de Zagreb vuelve a A Coruña 54 años después
La Sociedad Filarmónica de A Coruña ha inaugurado su temporada de conciertos a lo grande, con uno celebrado por el Cuarteto de Zagreb. En sus casi cien años de vida artística –el cuarteto fue fundado en 1919- esta agrupación croata ha recorrido en triunfo el mundo y ha pasado por todas las etapas existenciales imaginables en un conjunto originario de los Balcanes. Los filarmónicos coruñeses fueron anfitriones del cuarteo por última vez en 1962, cuando aún faltaban treinta años para la incorporación de su miembro actual más veterano, el violonchelista Martin Jordan.
El programa incluía las Cuatro miniaturas de Adalbert Marković; el Cuarteto en sol mayor, K 378 de Mozart y el Cuarteto en fa mayor, “Americano”, op. 96 de Dvořák . Tres obras de estilos bien distintos, que fueron la rampa por la que Marin Maras (violín primero), Davor Philips (violín segundo), Hrvoje Phiplips (viola) y el mencionado Martin Jordan ascendieron desde la personal visión de Marković a la profundidad panorámica del Americano de Dvořák, pasando por la variedad de climas del K 378 de Mozart.
En la obra de Marković, mostraron todas sus preciosas texturas y disonancias en la primera de las Miniaturas, que en la segunda tornaron en dinamismo danzante; serenidad y agilidad en la tercera y viveza rítmica en la conclusión. Un hermoso descubrimiento para muchos de los asistentes.
En música de cámara es de destacar el entendimiento que muestran los miembros de los conjuntos. El Cuarteto de Zagreb demostró en Mozart que juegan en una división de honor. Las miradas que intercambian están por encima de las necesarias para el entendimiento de sus miembros, expresando bien a las claras el goce de hacer música juntos. Y claro, esto se transmite a la platea por esa especie de comunicación inalámbrica que surge cuando el intérprete toca en la doble pista: al servicio de la partitura y “gustándose”.
Y si la primera parte remató con todo el refinamiento mozartiano en su más alambicada expresión, la segunda fue el lienzo donde los de Zagreb pintaron el óleo musical de granformato del Cuarteto americano de Dvořák. Desde los inmensos paisajes del Allegro non troppo inicial a la animación inicial y apacibilidad final del tercero, Molto vivace, pasando por el lirismo apasionado del segundo, Lento, para rematar con la eficacia conclusiva, casi haydniana, del estribillo y la preciosa variedad de las coplas del rondó que cierra el cuarteto.
Y, como suele suceder en los grandes conciertos –y este verdaderamente lo fue-, hubo ese momento en que la emotividad roza o incluso alcanza lo sublime: en en el Lento de este último cuarteto, con el hermoso canto del violonchelo sobrevolando el pizzicato de los violines y la suave aspereza de las notas sulla ponticella de la viola.
Realmente inolvidable; pero, dada la media de edad de quienes asistimos a estos conciertos, no parece mucho pedir que el Cuarteto de Zagreb no tarde otro medio siglo en volver por A Coruña. No vaya a ser...
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