Cuando Madrid tenía judería
El barrio hebreo no se encontraba en Lavapiés, sino donde hoy se alza la catedral de la Almudena
Cuando, tras visitar Toledo, Córdoba o Girona, los turistas judíos llegan a Madrid, suelen preguntar a los locales dónde se encontraba la judería de la ciudad. Algunos responden con el silencio o un avergonzado "no lo sé". Otros contestan que en Lavapiés, la creencia más extendida, pero falsa. Y es que, tras siglos sepultada y desconocida, la huella judía en Madrid sigue cubierta de un manto de leyenda y misterio que historiadores, arqueólogos y documentalistas tratan de desmontar en los últimos años a golpe de rigor.
"La realidad es que, aún a día de hoy, se sabe poco sobre el pasado judío de Madrid", reconoce Enrique Cantera, catedrático de Historia Medieval de la UNED especializado en judaísmo medieval. ¿Qué se puede dar por seguro? Se tiene constancia de presencia judía en la ciudad al menos desde que fue tomada por los cristianos en 1085. Alfonso VI había conquistado justo antes la Toledo musulmana y desde allí se desplazaron a Madrid cristianos y judíos. Por eso la mayoría de judíos madrileños tenía origen toledano.
Al llegar se instalaron junto a la muralla árabe, en un pequeño y pobre arrabal sobre el que ahora se alza -para desgracia de los arqueólogos- la Catedral de la Almudena. Lo dicta la lógica porque el resto de juderías de Castilla estaban situadas fisicamente cerca de la realeza y, justo al lado, estaba el famoso Alcazar, incendiado en 1734 en el espacio que ahora ocupa el Palacio Real.
Pero, además, pocos metros más allá, donde hoy se levanta el nuevo Museo de las Colecciones Reales, la arqueóloga que dirige las excavaciones, Esther Andreu, ha encontrado tres pistas de presencia hebrea. La primera es un fragmento de cerámica con el dibujo de una menorá, el candelabro judío de siete brazos. La segunda, un hueco en la jamba de una puerta, típico de los hogares judíos, que sirve para adherir una cajita con la mezuzá, un pergamino con versículos de la Torá. Andreu también descubrió un sistema de cierre de las viviendas que permitía convertir la zona en un compartimento estanco y que ya existía en Toledo en la zona de los cobertizos. "Hay algún documento medieval que habla del 'Castillo de los Judíos'. Hay que entender que no se trataba de un castillo propiamente dicho, sino de un lugar protegido del resto de la población", señala Andreu. Lo que no hay son documentos "con una descripción de la judería o la ubicación de la sinagoga", precisa la directora del Archivo de la Villa de Madrid, María del Carmen Cayetano.
¿Había judíos antes, en el Magerit musulmán? "Sin duda", se respondía recientemente Rafael Gili, profesor del Centro de Documentación para la Historia de Madrid de la Universidad Autónoma, en una conferencia sobre el pasado hebreo del Madrid medieval. Lo parecen probar dos documentos de antes de la conquista cristiana: una carta en la que Simeon Ibn Saul anuncia a su hermano la muerte de dos amigos judíos y una misiva enviada de Siria a Egipto en la que se pregunta por algún judío conocido en la ciudad.
Los judíos se dedicaban sobre todo al comercio, las finanzas y la artesanía. Sus tiendas estaban ubicadas en zona cristiana. Muy pocos lo hacían a las actividades agrícolas (generalmente en manos de mudéjares), si bien "algunos tenían viñedos propios en el extrarradio para poder hacer vino kosher", que debe estar elaborado por manos judías, explica Cantera. "Había hasta algún trapero, pero también una especie de élite judía, que se dedicaba al préstamo y cobro de impuestos", apunta Tomás Puñal, doctor en Historia Medieval por la UNED y referencia en el estudio del pasado hebreo de la ciudad. No alcanzaban el rango de "vecinos" de la ciudad y dependían directamente del Rey, que les protegía.
Bautizarse o morir
Todo esto se vino abajo en 1391, año del pogromo antijudío iniciado en Sevilla que dejó matanzas, saqueos y conversiones forzadas de judíos y que llegó a Madrid de manos de toledanos enfurecidos. Entraron a la judería por la hoy desaparecida Puerta de Valnadú, que justo esa noche habían dejado abierta las autoridades, y entre saqueos obligaron a sus habitantes a escoger entre bautizarse o morir. No hay cifras de víctimas o conversiones, pero diez años más tarde las monjas del convento que se erigía en la Plaza de Santo Domingo (derribado a finales del siglo XIX) se quejaban al monarca de que no podían cobrar 3.000 maravedíes de la aljama (como llamaban a la judería sus propios habitantes) porque los miembros que quedaban vivos habrían sido bautizados.
No fue del todo así. La comunidad judía siguió activa en el siglo XV. Se dispersó a otros sitios, como Puerta Cerrada o la Puerta del Sol, hasta que en 1481 judíos y mudéjares fueron obligados a recluirse en sus propios barrios. Se calcula que entonces habría en la ciudad algo más de 200 judíos. Diez años después, los Reyes Católicos les forzaron a convertirse al catolicismo o marcharse. Algunos huyeron a Portugal, otros se bautizaron y no pocos abrazaron en público la fe cristiana mientras profesaban en privado la suya verdadera. Fue el fin de la judería.
Ahí es donde aparece la leyenda de Lavapiés. El barrio nunca albergó una judería porque no estaba construido antes de la expulsión de los judíos. Tampoco es cierto que el nombre de Lavapiés aluda a las abluciones que hacían los judíos antes de entrar en la sinagoga en la fuente que ocupó la plaza hasta el siglo XIX, sobre todo porque no son los judíos -sino los musulmanes- quienes hacen un lavado ritual antes de acceder a su lugar de oración. El historiador Puñal cree que la extendida y errónea atribución de la judería a Lavapies procede de la literatura romántica del siglo XIX, que buscaba orígenes míticos a algunos barrios, y del hecho de que bastantes de sus pobladores probablemente descendiesen de judíos conversos, como muestran algunos nombres gremiales de calles.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.