Muchas novias para tan poca dote
No es nada evidente que Lliures pueda triunfar donde Unió naufragó: no tiene su bagaje histórico y moral y no ofrece alternativa real a la independencia
En las elecciones generales de 2008, el PSC y CiU acumularon el 66,3% de los votos emitidos en Cataluña y consiguieron 35 de los 47 escaños a adjudicar. En las de 2011, ambas fuerzas todavía totalizaron el 56% de los sufragios catalanes y 30 escaños. El pasado 26-J, la suma de los votos de PSC y CDC no superaba el 30%, y sus escaños eran sólo 15, bastante menos de la mitad que ocho años atrás.
Que esas dos formaciones, antaño las paredes maestras del sistema catalán de partidos, han perdido apoyo electoral a borbotones resulta evidente. Sin embargo, no parece que sus antiguos votantes quejosos o decepcionados se hayan refugiado masivamente en la abstención, a la paciente espera de que una nueva oferta política venga a satisfacerles: los índices de participación no han sufrido ningún desplome en el último lustro, ni los votos en blanco ningún incremento notable. Los datos indican más bien que el grueso de los desertores de Convergència se han desplazado hacia Esquerra Republicana y la CUP, y una grandísima parte de quienes han huido del PSC lo han hecho en beneficio de los Comunes. En ambos casos, sea sobre el eje nacional o el social, se han movido desde el centro hacia la izquierda, desde la moderación hacia una mayor radicalidad.
Así pues, la idea de que en la Cataluña de hoy existe una gran bolsa de electores huérfanos, ávidos de seny, centrismo y aquel proverbial “catalanismo bien entendido” de “cuando pintábamos algo en Madrid”, tal idea es una construcción teórica con escaso apoyo en la realidad. O, quizá, un sentimiento genuino de ciertas élites que encuentra muy poco eco entre las mayorías socio-electorales.
El primer intento de hacer aflorar en las urnas ese supuesto filón de moderantismo, catalanismo antiindependentista y política del juste milieu tuvo lugar —algunos parecen haberlo olvidado ya— el pasado otoño. Protagonizó la experiencia nada menos que Unió Democràtica, una marca con ocho décadas de pedigrí, tres y media de experiencia institucional y poderosos apoyos mediáticos. No obstante, y como es sabido, la apelación a los “convergentes de toda la vida”, al “catalanismo mesurado y centrado”, se saldó con un sonoro fiasco: 2,51% de los votos el 27-S, 1,74% el 20-D. Un fracaso que ha puesto al histórico partido al borde de la liquidación, y a sus dirigentes a hablar ya del probable sacrificio de las siglas.
Justamente de la desbandada de Unió procede uno de los promotores conocidos (el exdiputado Roger Montañola) del proyecto lanzado estas últimas semanas bajo el nombre de Lliures. Se trata, al parecer, de un esbozo de nuevo partido “liberal y humanista”, de centro-derecha, que pretende salir al paso de la “crítica e insostenible” situación política catalana y “reconstruir” —nada menos— el catalanismo político. Junto a Montañola, aparecen al frente de la iniciativa ese veterano routier de la política que es Antoni Fernández Teixidó y el también exdiputado convergente Xavier Cima, hoy esposo de Inés Arrimadas. Bien se ve —dicho sea de paso— que aquel titular de un tiempo atrás (La líder de C’s tiene un novio indepe) era algo apresurado...
Anécdotas al margen, y descontada la legitimidad del experimento, no resulta nada evidente que este pueda triunfar donde Unió naufragó. Lliures no tendrá, claro, las deudas bancarias de UDC, pero tampoco su bagaje histórico y moral, y no me parece que declararse liberales en vez de democristianos haga una diferencia sustancial ante la opinión. Sí lo sería ofrecer una alternativa real a la independencia que no fuese el insostenible statu quo, pero de eso los de Teixidó no han dicho por ahora ni pío.
Last, but not least, tenemos al consejero Santi Vila, que maniobra desde dentro con los mismos propósitos que otros intentan desde fuera, y aplaude los “perfiles centristas” supuestamente vencedores el 25-S en Galicia (¿el PP de Feijóo y Baltar hijo es centrista? Entonces, ¿no hay derecha gallega?) y Euskadi. A él o al democristiano Ramon Espadaler, ambos grandes admiradores del actual PNV, una modesta reflexión: que Madrid sugiriese suprimir el concierto económico, o siquiera revisar sensiblemente al alza el cupo, y verían cuánto duraban la moderación y el centrismo peneuvistas...
Mientras, desde los aparatos del Estado, no cesen de sembrar amenazas, querellas, suspensiones e inhabilitaciones, será tarea difícil cosechar aquí moderados y centristas.
Joan B. Culla es profesor de Historia Contemporánea en la UAB.
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