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Reinventar el pequeño comercio

El Mercado de Antón Martín cumple 75 años. Combinar los puestos tradicionales con propuestas novedosas le ha permitido superar varias crisis

Mercado de Antón Martín.
Mercado de Antón Martín.ÁLVARO GARCÍA

Yoka Kamada dejó Japón hace 10 años y se instaló en Madrid. Como tantos giros vitales imprevistos, lo hizo por amor. La joven no tenía ni idea de castellano, pero en lugar de ir a una academia optó por ir todos los días a un mercado a charlotear con los comerciantes. El que le quedaba más cerca era el de Antón Martín. Ahora regenta allí un puesto de sushi. La suya es una de tantas historias de este mercado, que acaba de cumplir 75 años.

"Al principio tenía apenas un metro cuadrado, y solo podía pasar a por encima del mostrador", cuenta Kamada -ahora sí, en un perfecto español-, "puedo asegurar que era el puesto más pequeño del mundo. Me lo traspasó una anciana que vendía plátanos". De allí surgió Yokaloka, que ahora ocupa un espacio mucho mayor. "Mi idea inicial no fue hacer negocio, sino tener un sitio desde el que poder compartir con otros la cultura japonesa y, de paso, aprender yo el idioma"

El puesto de Kamada es un ejemplo de lo que es hoy el Mercado de Antón Martín: los comerciantes tradicionales de verduras, pollo o pescado conviven con comida japonesa, productos gourmet y propuestas gastronómicas intrépidas como la de La Mar de Algas, con la que su dueña, Silvia Corvacho, pretende integrar la planta marítima en nuestra dieta habitual. Acoge 65 comercios variopintos y, desde hace poco años, la escuela de flamenco Amor de Dios, una de las más prestigiosas de España.

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Ayer se celebró el cumpleaños del mercado con la asistencia de muchos clientes habituales, como el chef Mario Sandoval, propietario del restaurante Coque con dos estrellas Michelin. "Cuando viajo al extranjero lo primero que hago es pasarme por un mercado. Lo que allí se vende te cuenta mucho más de la ciudad y sus gentes que cualquier museo". La actriz Manuela Velasco también pasa por allí todas las semanas, en gran parte, para sobrevivir a Madrid. Lo explica: "Los mercados son necesarios porque son una vía de escape cuando estás día tras día en el centro de una gran ciudad. Es imprescindible tener ese contacto directo con productos del campo, poder hablar con los dueños de los puestos pausadamente, que te recomienden... Bajar el ritmo".

La alcaldesa Manuela Carmena fue otra habitual hace décadas. Trabajó cerca de allí, en el despacho de abogados de la calle Atocha. "Hay que alegrarse de que este mercado cumpla años, porque el pequeño comercio es necesario. Demuestra que nos siguen gustando las pequeñas cosas, lo único, lo que nos da identidad, y eso solo lo da la gran variedad de estos sitios y el trato de tú a tú con los comerciantes", decía ayer la regidora sobre el aniversario, con la promesa de que en breve se pasará por allí con la bolsa de la compra.

En el lugar que ocupa ahora, entre las calles Atocha y Santa Isabel, se inició el motín de Esquilache en 1766. El pueblo, hambriento, se rebelaba contra el alza desmedida del precio del pan. El Mercado de Antón Martín se ha reinventado muchas veces para superar las crisis pero, por suerte, sus precios siguen siendo muy tradicionales..

Democracia fresca y natural

El Ayuntamiento de Madrid encargó en 1933 al arquitecto Gonzalo Domínguez Espúñez el diseño del Mercado de Antón Martín, pero no contaba con la Guerra Civil. Por eso el proyecto tuvo que esperar hasta 1941. Una década después se remodeló la zona y se levantó el edificio actual. Hoy, está gestionado por una asociación formada por los propietarios de los puestos. Las decisiones que tengan que ver con obras o reformas las toman el presidente -actualmente, el pollero Javier Casado- y la junta de gobierno, que son elegidos cada año. Las que tienen que ver con la entrada de otro negocio, se votan entre todos. "Nos pasan una hoja con la propuestas, y decidimos entre todos", cuenta Yoka Kamada. "Tenemos en cuenta muchas cosas, pero estamos abiertos ideas gastronómicas creativas y novedosas.

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