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Pregón con pelucas barrocas

El mismo derecho que asiste a Puigdemont para recibir a La Coronela, lo tiene Colau para convertir la visión obrera y periférica de Javier Pérez Andújar en protagonista del pregón de La Mercè

Francesc Valls

La pasada Diada fue otro éxito de movilización independentista. Centenares de miles de personas volvieron a salir pacífica y ordenadamente a la calle para reivindicar por quinto año consecutivo la independencia. Por la mañana, en el Ayuntamiento de Barcelona, concejales de CiU, Esquerra y la CUP se las arreglaron para desafiar la fatwalanzada por la alcaldesa Ada Colau para que La Coronela no la escoltara hasta la ofrenda floral. Los nacionalistas catalanes facilitaron que la asociación patriótico-histórica, que recrea el cuerpo austriacista defensor de Barcelona en 1714, rompiera el veto y partiera en comitiva desde las hostiles dependencias municipales hacia el territorio amigo de enfrente, la Generalitat. El president Carles Puigdemont —que ya había anticipado su hospitalidad a La Coronela, y a las pelucas barrocas de los Miquelets— los recibió. Para los soberanistas se trataba de contrastar su tolerancia frente al atentado a las buenas costumbres de los comunes.

Ese fue un capítulo más en el enfrentamiento entre la rive gauche y la rive droite o federales y confederados, según la denominación que se prefiera. Sea como fuere, el combate simbólico continúa siempre con nueva munición. Mientras resuena la pugna sobre la exposición del Born y su Franco decapitado, la historia parece seguir el guión de La guerra de los mundos de H. G. Wells: al rayo calórico de los marcianos le sucede el humo negro. Por ello no sorprende el nuevo episodio de divergencia surgido a propósito del pregón de la Mercè.

La designación de Javier Pérez Andújar, escritor y cronista de este diario, ha inflamado las esencias nacionales. Las iras de numerosos independentistas se han expresado de forma virulenta en las redes sociales, no en vano el imaginario soberanista está herido desde que el oriundo de Sant Adrià de Besòs calificara en una crónica mordaz la manifestación multitudinaria del 11 de Setembre de 2014 de ordenado y dirigido “parque temático”.

Recién llegados a la desobediencia, algunos independentistas decidieron desempolvar la vieja peluca barroca y, a modo de Felipe V, combatir la afrenta del pregón de Pérez Andújar. El actor y cómico Toni Albà, con el patrocinio de varias empresas patrióticas, el aval de afamadas firmas periodísticas y caracterizado de simpático Borbón opresor, fue el antídoto soberanista al agravio unionista. Salió en compañía de la activa Coronela del Fossar de les Moreres e hizo un pregón en la Plaça de les Olles, allí donde las tropas de Felipe V exhibieron durante una docena de años la cabeza del general Moragues.

Las autocráticas pelucas borbónicas consiguieron movilizar a los seducidos, haciendo bueno aquello de que el partido se refuerza depurándose, tesis que su autor, Josif Stalin, llevó a la práctica a conciencia. La voluntad de crecer convenciendo del independentismo —todavía minoritario en número de votos— debería ir ligada, por su propio interés, a no hacer vida exclusiva en los cenáculos de oración patriótica.

El mismo derecho que asiste al president de la Generalitat a recibir a La Coronela o a ir a la manifestación independentista del 11 de Setembre, lo tiene la alcaldesa Colau —que también acudió a la marcha de la Diada— para convertir la visión periférica, popular y obrera de Javier Pérez Andújar en protagonista del pregón de les fiestas de La Mercè. Cada uno se debe, con aciertos y errores, a su afición: Puigdemont pretende gobernar para los independentistas transversales, Colau para la Barcelona popular transversal. Hay puntos de encuentro entre ambos mundos, pero también de rechazo.

Pérez Andújar es incómodo por muchas razones. Las críticas de sus artículos periodísticos no hacen concesiones ni a partidos ni a sindicatos. Y es poco grato a cierto independentismo su Catalanes todos, una radiografía sin complejos y con humor dedicada a aquellos catalanes que rompen el confortable relato nacional del enemigo exterior, porque lucharon con Franco y medraron bajo su dictadura nacional-católica. En su Diccionario enciclopédico de la vieja escuela, Andújar recrea su universo cultural de mundo perdido, forjado en la cultura de enciclopedias pagadas a plazos y tardes de cine, novelas y tebeos, muy común en la vieja periferia barcelonesa, a la que algunos independentistas —no todos, insisto— se aproximan como si de dowayos del Camerún se tratara.

Ciertamente es difícil adivinar en qué futuro sueñan algunos, pero determinadas actuaciones y conductas solo presagian inquietantes pesadillas.

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