De sesgos y obsesiones
Es fascinante que, de todas las filiaciones en el campo de las ideas, de todos los ‘sesgos’ posibles, solo ser nacionalista (catalán, por supuesto) le invalide a uno profesionalmente
Ante todo, mis más encarecidas disculpas a los amables lectores por la lata que les estoy, que les estamos dando desde finales de agosto diversos articulistas, polemizando aquí sobre la guerra civil, el franquismo y Cataluña. Lamento tener que prolongar el debate; pero, por numerosos e ilustres que sean mis contraopinantes, ello no les da necesariamente la razón.
El último en saltar a la palestra fue, el pasado domingo, Jordi Gracia por medio del artículo La lente de aumento. Tras leerlo, comienzo por preguntarle: ¿en serio cree usted necesario explicarme que el franquismo surgió e imperó para aplastar “el conjunto de libertades y derechos” que los españoles habían conquistado desde el siglo XIX, que aquella dictadura fue opresiva y antimoderna “en Cataluña y fuera de Cataluña”? ¿Le parecería propio de un debate honesto que yo desdeñase públicamente sus conocimientos sobre Ortega, sobre Ridruejo, sobre la historia de los intelectuales en la España del Novecientos?
No he pensado ni escrito jamás —tampoco en el calor de esta discusión— que el levantamiento de 1936 se produjera sólo o fundamentalmente contra Cataluña. Lo que llevo tres artículos tratando de explicar es esto: en la medida en que la experiencia modernizadora y democrática a la que Gracia se refiere con acierto tenía, en la Cataluña de los años 1930, una amplitud excepcional y una dimensión específica (lengua, cultura, instituciones de autogobierno, sistema de partidos propio...), los golpistas consideraron su extirpación un objetivo programático explícito y central (¿recuerda el profesor Gracia aquello del “Estatuto en mala hora concedido por la República...”?) y se aplicaron a esa cirugía con un celo y una tenacidad singulares durante décadas. Lo cual no ignora ni minimiza, obviamente, la represión practicada en el resto del Estado. Pero, para el franquismo, Cataluña no fue nunca Andalucía ni Aragón, sino un “problema” de naturaleza distinta.
Tal es mi modesta y poco original tesis. Sin embargo, además de insistir en deformarla y a falta de mejores argumentos, Jordi Gracia trata de combatirla mediante la descalificación ad personam, provista incluso de un ligero toque antisemita (¿qué diablos quiere decir si no esa alusión al “pueblo escogido”?). Con aquel complejo de superioridad tan característico de su escudería ideológica, el doctor Gracia señala sin ambages cuál es la clave explicativa de todos mis errores: que tengo desbocado “el sesgo nacionalista”.
¡Ah, el sesgo! Es fascinante que, de todas las filiaciones o afinidades en el campo de las ideas político-sociales, de todos los “sesgos” posibles, sólo ser nacionalista (catalán, por supuesto) ofusque el análisis de la realidad y le invalide a uno profesionalmente. Ser comunista, socialista, liberal, conservador, de centro e incluso unionista o nacionalista español —en el caso hipotético de que tales cosas existieran, claro— resulta del todo compatible con el rigor intelectual y la objetividad científica: catedráticos de literatura, de derecho constitucional, de economía o de no importa qué otra disciplina lo ejemplifican a diario en estas mismas páginas. En cambio, si uno es nacionalista catalán, entonces su punto de vista resulta forzosamente “sectario y falseador”, y todo cuanto diga sólo refleja su “apostolado nacionalista”. Un charlatán a sueldo, vamos...
El señor Gracia me disculpará que, por respeto a los lectores y a mí mismo, no me ponga a su altura ni le responda en el mismo registro seudoargumental. Por fortuna, mi crédito profesional no está en manos de quien no parece haber leído ninguno de mis libros (lo deduzco de los tópicos con que me adorna) y, tras cuatro décadas de carrera, cuenta con suficientes sexenios.
Dicho esto, ¿sabe el profesor Gracia que las ópticas de aumento, si se utilizan del revés, no agrandan el objeto observado sino que lo empequeñecen? Pues, si me permite usar un instante de su ingeniosa metáfora, esto es lo que hacen él y otros como él en el debate que nos ocupa. Obsesionados, por motivos bien poco académicos, en minimizar cualquier elemento que —eso temen— pudiera nutrir o legitimar el “desafío secesionista”, se sulfuran cada vez que alguien habla, con relación a este país, de “situación diferencial”, de “identidad específica”, de “singularidad” o expresiones parecidas. El trato franquista a Cataluña fue, sostienen, una mera variante regional, apenas distinto del que se dio en todas partes. Y, si uno osa replicarles, salen en tromba a ponerlo en su lugar.
Pero aquí estamos, sesgo incluído y sin ánimo de retirada.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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