El pedaleo de ‘Luisa Fernanda’
La zarzuela recorrió ayer el centro de Madrid con dos coros y centenares de espontáneos en bicicleta
Que el género chico vuelva a ser eso: chico. Esta es la declaración de intenciones de quienes organizaron ayer Zarzuela en bicicleta, una actividad participativa que, aunque rompedora, tiró de tradicionalismo y folclore; los dos coros fueron de Plaza de Callao hasta la Ermita de San Antonio de la Florida pasando por Lavapiés y Las Vistillas, e interpretaron obras clásicas cuyos libretos se desarrollan en esos lugares. La rondalla zarzuelera —y aquí llega lo chocante— realizó su itinerario sobre dos ruedas.
“En su origen era un género popular, cercano a la gente de a pie, y en los últimos tiempos ha quedado recluida en teatros, en círculos más elitistas”, lamenta Maral Kekejian, directora artística de Los Veranos de la Villa. La actividad de ayer fue gratuita y abierta a cualquier espontáneo dispuesto a entonar y pedalear junto a los 30 cantantes. “Es nuestra forma de devolver la zarzuela a las calles, convertirla en un acontecimiento en el que todos pueden participar”.
Un género que nació hace más de dos siglos y se extendió por Hispanoamérica, pero el 80% de las historias que cuenta transcurren en Madrid; otro motivo por el que la actividad de ayer cobraba tanto sentido.
Ayer llevaron la zarzuela, al centro, supuesto reducto de modernidad. “Ya era hora de que empezaran a usarse los espacios públicos para acercar la cultura a todos, y no solo para fines comerciales”, decía Luis Úrculo, de 32 años, con gafas de pasta y camiseta negra de Joy Division, justo después de entonar alguna frase esporádica de La verbena de la Paloma en la plaza de Callao sin despegarse de su bici fixed. Por ahí pululaba también el cantante de Vetusta Morla, Pucho, visiblemente entusiasmado. “Traer de nuevo la zarzuela a la calle es la hostia. Ojalá lo hagan también con otros géneros musicales, para que la gente joven los redescubramos”.
Los centenares de personas que ayer acudieron a la primera parada del recorrido formaban un caleidoscopio intergeneracional: desde jubilados ataviados con gorras de chulapo, hasta niños junto a sus padres, pasando por universitarios y jóvenes de toda índole y nacionalidad (muchos guiris se quedaron a disfrutar del inesperado acontecimiento). Casi todos, con las partituras repartidas antes del inicio por la organización, se sumaban a los coros dirigidos por el director Guillermo Bautista y acompañados por la pianista rusa Olesya Tutova; ambos en un escenario improvisado sobre la furgoneta que les llevaría a los siguientes destinos.
El impulsor de todo esto, el gestor cultural Nacho García, también tuvo en cuenta a los de más edad: no todos estaban obligados a pedalear, por eso fletaron un autobús. Bicimad, además, puso a disposición sus bicicletas eléctricas, y el recorrido estaba pensado para que los tramos fueran cuesta abajo. Se trataba de poner todas las facilidades, en definitiva, para que la zarzuela llegara a todo el que la quisiera escuchar. Y fueron muchos. La escena de Callao se repetiría después en una plaza de Lavapiés desbordada e igual de heterogénea.
El poeta y periodista Emilio Carrere escribía el siglo pasado: “La revista ha matado la zarzuela”, quejoso por su pérdida de identidad. Ayer, el género chico regresó recargado de folclore y tradición a las calles de las que nunca debió salir.
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