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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Gestionar lo irremediable?

El monocultivo turístico no tiene futuro. Es un sector dominado por operadores globales y gente local con perspectivas muy a corto plazo. Una combinación que pone a Barcelona al límite

Joan Subirats

Muchas ciudades y otros enclaves están sometidos a una gran presión turística. Una combinación compleja de visitantes, transportistas, proveedores de bienes y servicios y reguladores de todo el entramado de idas y venidas. Un sector económico con larga tradición en la costa, pero no así en Barcelona, que en los últimos años se ha forjado una imagen atractiva que vincula clima, arquitectura y gastronomía. La combinación de tarifas aéreas baratas y la posibilidad de operar en Internet y fuera de los circuitos tradicionales ha ampliado claramente las posibilidades de viajar. Si a ello le añadimos las tensiones políticas en zonas turísticas alternativas y el crecimiento exponencial que ha tenido el turismo de fin de semana en ciudades, entenderemos que las zonas más turísticas de Barcelona estén llegando este verano a una situación cercana a la saturación.

Lo decía Der Spiegel hace pocos días en un reportaje sobre la creciente hostilidad que despierta la invasión turística en ciudades como Berlín, Amsterdam, Praga o Barcelona. Ciudades en las que aún es posible reaccionar y tomar medidas, ya que en el caso de Venecia (60.000 habitantes, 27 millones de visitantes al año) el diagnóstico apunta a una muerte cercana como espacio habitable más allá de su función de parque temático. Se alude en el reportaje a las reflexiones de Hans Magnus Enzensberger cuando, hace ya 60 años, afirmaba que el turismo acaba destruyendo precisamente aquello que busca: la originalidad y vitalidad especial de un lugar. Pero, a pesar de todo ello, nadie quiere renunciar a lo que parece la parte positiva del asunto: trabajo, negocio, tasas.

En un reciente informe publicado por el Ayuntamiento de Barcelona sobre las remuneraciones salariales medias en el 2014 se constata que el sector económico con más bajo nivel salarial es el de hostelería (la mitad del sueldo medio en la ciudad), siendo las mujeres de este sector las peor pagadas del conjunto de trabajadores de la ciudad (14.500€ año). Se crea trabajo, de acuerdo, pero, ¿en qué condiciones? El nivel de precariedad del sector es endémico. La pregunta es ¿se redistribuye riqueza o se distribuye pobreza?.

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Por otro lado, los datos de comercialización de Airbnb en Barcelona, dan un listado de 40.000 apartamentos y 135.000 camas. De estos, 19.000 están activos, y cada semana se incorporan varios centenares. Casi la mitad son de piso entero y sus ofertantes disponen de más de un apartamento. El nivel de ocupación del pasado fin de semana fue del 92%. Los cálculos disponibles señalan que un 20% de las viviendas activas en el mercado de alquiler de renovación anual en la ciudad las comercializa Airbnb. Y no es la única plataforma. Lógicamente esto afecta a los precios, ya que la rentabilidad del alquiler vacacional es claramente superior al residencial. Las consecuencias son evidentes. Según el portal Idealista, el precio medio de alquiler en Barcelona ha llegado a los 16 euros m2, cuando el año pasado estaba situado en los 13 euros. Algo insólito en otras grandes ciudades españolas. Estamos ante una nueva “gentrificación”. Ya no la que sustituía gente sin recursos por gente acomodada, sino la que expulsa a todo tipo de gente para colocar a visitantes que van y vienen, sin enraizamiento alguno.

Estamos atrapados. Con el turismo subsistimos, pero las consecuencias son temibles. Barcelona gana, pero muchos barceloneses asumen demasiados costes, mientras otros pocos acumulan buena parte de los beneficios. Y no está claro hacia dónde vamos. Es normal que mucha gente se remueve inquieta y dice: “¿Quién se ocupa de este lío?”. Muchos conocemos a alguien que alquila un apartamento o una habitación, o que trabaja ocasionalmente de camarero o de guía. No podemos culparles a ellos del desaguisado en que nos hemos metido. Pero las instituciones solas tampoco lo van a arreglar. El monocultivo turístico no tiene futuro. Es un sector dominado por operadores globales y gente local con perspectivas muy a corto plazo. Y esa combinación está poniendo al límite la ciudad. Está bien que el ayuntamiento busque nuevas maneras de localizar y multar a los apartamentos que operan sin licencia o que la Generalitat trate de regular el alquiler de habitaciones en vivienda habitual. Pero necesitamos una movilización social, económica e institucional que revierta la tendencia. No podemos solo reaccionar ante lo irremediable. Está en juego el futuro de la ciudad.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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