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LA CRÓNICA DE MAR Y MONTAÑA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El paraíso, a pesar de todo

Formentera soporta el éxito columpiada en sus aguas inenarrables y en una tradición de felicidad que no se agota

Jacinto Antón
Una playa de Formentera.
Una playa de Formentera.CARLES RIBAS

“Menos Lucía y más sexo”. La pintada sigue ahí, en el Camí Vell de la Mola, año tras año — Este verano alguien la ha repintado y parece más actual que nunca. Menos Lucía y más sexo: no podemos estar más de acuerdo. Paseando como suelo en bici entre las cabras reflexiono sobre el sexo y sobre la capacidad de la isla de acogernos a todos. Hay quienes creen que Formentera, tan pequeñita, ya no da más de sí. Lo ha afirmado, por ejemplo, Jaume Ferrer, el presidente del Consell Insular local en unas declaraciones al Diario de Ibiza, una de las dos fuentes para enterarte de lo que pasa aquí. La otra es el boca a boca, las noticias y rumores que como un tam-tam se propagan sobre el chirriar eléctrico de las cigarras.

Un pescador se ha dado de bruces con un marrajo —un tiburón— de seis metros y lo ha grabado el tío con la GoPro, émulo de Spielberg. Pide la gente sexo y llegan escualos: qué cosa. En cambio hay menos lagartijas, nadie sabe porqué. Corre la especie, me lo han contado Tito y Roser cenando en el Pelayo, de que es porque han desembarcado ¡serpientes! en la isla (secularmente libre de ellas), metidas en una remesa de olivos. Aquí desembarca de todo, pero ¿serpientes? No sé. Es cierto que todo paraíso ha de tenerlas.

Se ha avistado un delfín frente al restaurante Sa Platgeta. De esto doy fe personalmente: saltaba gozosamente en ráfagas de plata sobre el mar turquesa y todos hemos corrido a verlo. Una sacudida de felicidad irracional, una alegría que te inflama el corazón ante el mar y el cielo anchos y puros del verano en la isla. El espíritu del lugar, que diría el bueno de Larry Durrell, es ese delfín, y un pentimento de recuerdos, imágenes fugaces, canciones, sensaciones. Este año se incorporan a la memoria los chorlitejos que comen miguitas de galleta en la playa frente al Vogamari, los sabrosos tomates que vende Martí detrás de la iglesia en Sant Francesc, el Volando voy entonado por el propio Kiko Veneno en las fiestas de Sant Jaume y la historia -contada en la imprescindible librería Tur Ferrer- del hombre al que le atravesó la pierna un pez espada cabreado.

Un lugar para comer

Sa platgeta, en Migjorn. En las mesas de delante que ofrecen una vista gloriosa del mar en el rincón más salvaje de la isla

Un lugar para visitar

El faro de Barberia. Un lugar muy romántico, con una puesta de sol preciosa. En bici es una excursión digna de Enid Blyton y, claro, de Lucía y el sexo.

Un lugar para dormir

Para una estancia larga, las tranquilas casetas de alquiler de Can Martí, de los Mayans, en Migjorn. Para unos días, el hostal Can Rafalet, a Es Caló.

“Formentera no puede crecer más”, ha dicho Ferrer, y hay, sin duda, asuntos graves que resolver: la regulación de los fondeos en el litoral que esquilman la posidonia, la saturación de los coches en las carreteras, el caos a la entrada de Illetes, el feo proyecto de llevar la terminal de Ibiza de los ferris a Formentera al quinto cuerno del puerto. Yo añadiría los precios, sobrenaturales, y una cierta deriva hacia lo muy guais que compromete el espíritu original de la isla, más salvaje, libre, hippy si se quiere. El otro día desembarcaron de un enorme yate en Migjorn, el Icon (¡), junto a las casitas de pescadores más allá de Es Còdol Foradat, sillas de madera y largas mesas destinadas a un lujoso banquete en la playa, para perplejidad de Quico, que compartía la zona con dos practicantes de yoga y un cormorán. En Illetes, la tripulación de otro yate, el Prince Abdulaziz mantuvo un tenso pulso con la gente de la playa tratando de despejar una amplia zona para sus patrones: los bañistas de a pie resistieron el asalto con coraje digno de un episodio de Conrad. Me lo han contado, porque yo a Illetes en verano desde hace muchos años ni me acerco; en realidad evito toda la costa norte de la isla y de allí solo me llega la “B” del Beso con que aparecen marcadas mis hijas.

Se cuentan portentos de las fiestas y vida social de las zonas de moda. Pero yo, lejos de la Formentera más mundana, la que frecuentan jeques, messis y celebrities, vivo desde hace 26 años un verano a la antigua: de playas poco concurridas o solitarias (¡las hay!). Un verano de pies descalzos, ojos entornados, sal en la piel y conchas en los bolsillos. Veranos así, de lecturas pausadas y litorales despejados, aún se pueden vivir en Formentera.

En realidad, parece que nadie sabe qué modelo de isla se pretende. ¿Exclusiva?, ¿eco-friendly?, ¿fiestera?, ¿familiar? La nueva campaña turística abona esta esquizofrenia mostrando a diferentes visitantes partidos en dos: con un lado consumista y otro concienciado.

En fin, Formentera estará al límite, en la encrucijada, pero yo ahora mismo tengo ante mí un bosquecillo maravilloso de pinos y sabinas de un verde iridiscente contra el azul deslumbrante del cielo; árboles que descienden hasta la arena casi vacía y el mar allá abajo. Unas aguas primordiales que reclaman tu cuerpo con canto de sirena fresca, concupiscente. Tantos veranos ya en Formentera y sigo enamorado de esta isla, cambiante y permanente.

Pedaleando al atardecer por los senderos del Camí Vell, abiertos a los campos pajizos que se tornan delicuescentes entre una luz seráfica, encuentras más que una experiencia estética: un sentido de la vida. De pie en medio del mar, en el banco de arena rodeado de un infinito turquesa, te preguntas cómo podrás salir alguna vez de este lugar, arrostrar otoños e inviernos, trabajo y ciudad, sin el piadoso borrado de toda esta maravilla. El verano es aquí una cadencia que atraviesa los años. Anhelos, deseos y sueños, tristezas y miedos, y modas, se han sucedido. Pero Formentera se impone a todo. Asentándose la arena del reloj del tiempo sobre el esplendor de sus playas. El verano, te dices, ha de ser así: un eterno retorno a la felicidad.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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