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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El hipnótico canto de la quimera

La actriz Silvia Calderoni muestra su hegemonía artística en 'MDLSX'

“Monstruo”, grita la enciclopedia a una adolescente que busca respuestas neutras en páginas editadas por sabias. Su primera consulta: “Androginia”. Segunda consulta: “Hermafrodita”. La tercera en el dantesco viaje enciclopédico es una bofetada que abre un nuevo capítulo vital de una persona-personaje que se conciliará con su identidad múltiple disfrazado de sirena sumergido en una piscina en un delirante espectáculo para voyeurs. Un monstruo mitológico. Un Yoque trasciende las limitadas fronteras de la humanidad.

Silvia Calderoni es en MDLSX una quimera, cuerpo que se ha rebelado contra la mirada unívoca. Un manifiesto con formato de sesión de DJ. Una propuesta del grupo Motus en que la dramaturgia es un triángulo entre fisicidad, texto y música. Son tan importantes las palabras de Judith Butler, Paul B. Preciado o Jeffrey Eugenides (el título, posible guiño a su novela Middlesex), como la lista del soundtrack y las letras de The Smiths.

MDLSX

De Daniela Nicolò y Silvia Calderoni (Motus). Dirección: Enrico Casagrande y Daniela Nicolò. Intérprete: Silvia Calderoni. Mercat de les Flors, 20 de julio de 2016

Pero, sobre todo, importa la energía que proyecta Calderoni, su activismo escénico, con una consciencia absoluta del presente compartido. Un apabullante y lisérgico teorema queer que construye con la manipulación libre y ruda del espacio y los objetos, con los mensajes múltiples que emite un cuerpo en permanente metamorfosis y suma identitaria. Físico que desde una radical asexualidad usa como el centro de su discurso performático, como si sobre su piel, músculos y huesos se hubiera escrito al mismo tiempo una biografía y un ensayo.

Aunque es posible oír el eco del Orlando de Woolf, en esta performance el esteticismo no tiene cabida. La elegancia de otros tiempos, el cuidado por la forma y la ejecución coarta el mensaje directo. La belleza —que está y domina los sentidos— surge de la honestidad del planteamiento. MDLSX no es un himno a la ambigüedad. Y eso que en algunos momentos David Bowie y Andy Warhol parecen proyectar su larga sombra. No hay intermediarios en el escenario de ningún tipo. En el espacio de la teatralidad todo pasa por la inmediata gestión dramática de Calderoni. Es evidente que hay terceros que han marcado directrices, han contribuido a la dramaturgia, han diseñado el impacto de la luz. Pero nunca han sido tan invisibles a la impresión del público ante la hegemonía artística de una actriz que hace de cada acción una declaración contra cualquier principio.

Y lo hace con la misma frescura de quien hace cinco décadas —entre Nueva York, Londres y Berlín— sintieron el impulso natural y político de reivindicar —ellos mismos convertidos en iconos de la unicidad— la singularidad mosaica del ser humano. Como si nunca antes nadie se hubiera cuestionado el mito que plantea Platón sobre las dos mitades. Para Calderoni el mito válido es de la quimera.

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