Una guerra nada convencional
El primer objetivo frente al terrorismo yihadista es impedir que el miedo nos empuje a reacciones defensivas que, en lugar de debilitarlo, lo refuercen
La sucesión de atentados terroristas de los últimos meses nos sitúa ante una nueva realidad: la de tener que acostumbrarnos a convivir con la incertidumbre de dónde estallará la próxima bomba, dónde se producirá la próxima masacre. Sabemos que la amenaza es muy concreta, pero también muy indeterminada: en cualquier momento, en cualquier lugar. ¿Cómo podemos afrontar este estado de amenaza permanente? ¿Cuánto terrorismo vamos a ser capaces de asumir sin que se tambaleen nuestros fundamentos democráticos? “Que Dios no te dé todo el sufrimiento que puedes llegar a soportar”, dice un sabio refrán. Ojalá que no tengamos que soportar todo el daño que el yihadismo terrorista nos puede llegar a infringir, porque es mucho. En esa certeza radica precisamente la dificultad que los gobernantes europeos tienen para encarar la nueva situación.
Francia ha reaccionado al atentado de Niza prorrogando el Estado de excepción y antes había reaccionado a los de París con una declaración solemne de guerra al ISIS. Una guerra que ya libraba y que pretende reconquistar el territorio ocupado por el Estado Islámico en Siria e Irak. Dejar al yihadismo sin base territorial es importante, pero todos sabemos que estamos ante un nuevo tipo de guerra en el que la asimetría militar no juega ya en favor del más poderoso. Occidente puede desplegar una enorme capacidad bélica en un territorio, pero no puede evitar que cada poco tiempo haya un atentado como el de Niza. Ningún país europeo soportaría una guerra en la que cada mes hubiera tantas bajas entre sus soldados como muertos hubo en los ataques de Niza o de París. De ahí procede la capacidad desestabilizadora del terrorismo islamista. Mientras los países amenazados tienen dificultades para justificar los gastos militares y reclutar soldados que vayan a combatir el frente militar, ISIS ha construido una causa global capaz de reclutar terroristas en todo el mundo.
El Estado Islámico ha resucitado el espíritu y algunas de las formas de actuar de la Secta de los Asesinos del siglo XI, de la que procede precisamente la palabra asesino, pero su fuerza radica en que su territorio no tiene límites. Su territorio es ahora Internet. Gracias a la habilidad con la que se aprovecha de las posibilidades que ofrece la Red, una ideología arcaica y retrógrada como la que postula el yihadismo radical es capaz de reclutar sin esfuerzo una legión de soldados durmientes en el interior mismo de la sociedad que pretende combatir. En este nuevo paradigma, las respuestas basadas en la idea de fortificación sirven de bien poco. No hay murallas que Internet no pueda atravesar.
En cambio, puede aprovechar muy bien la porosidad de una sociedad abierta de la que Occidente no puede ya prescindir. ISIS no necesita desplegar una estructura organizada. Cualquiera puede convertirse en un lobo solitario y perpetrar una masacre. Tampoco tiene que facilitar medios ni armas para el ataque. Los propios combatientes se las procuran y si no las consiguen, pueden convertir cualquier instrumento a su alcance —un coche, un camión, un hacha— en un arma mortífera. Sus soldados no necesitan grandes planes logísticos ni órdenes de ningún Estado Mayor. Simplemente han de actuar cuando crean que tienen las condiciones para hacerlo. En el lugar más sensible al que puedan acceder. A diferencia de la guerra convencional, donde los estrategas tratan de anticiparse a los ataques del enemigo, en esta son impredecibles porque están guiados por el azar.
Pero el arma más importante es de naturaleza psicológica. El hecho de que quienes defienden la causa yihadista estén dispuestos a inmolarse por ella. La premisa de morir matando les llevará a buscar la forma de que su sacrificio rinda el mayor rédito posible en términos de terror, que es lo que se busca. Esto es algo que a la sociedad amenazada le resulta incomprensible. Que jóvenes criados en los valores occidentales, bajo los parámetros del racionalismo ilustrado, puedan entregarse de tal modo a una idea que les lleve no solo a violentar los valores en los que han sido educados, sino a contravenir la racionalidad e incluso los postulados que la biología evolutiva ha imprimido en nuestros genes en forma de instinto de supervivencia. Un instinto que opera en cambio con toda su fuerza en la sociedad amenazada. Por eso, el primer objetivo frente al terrorismo debe ser conseguir que el miedo y el sentimiento de impotencia no nos empuje a reacciones defensivas que socaven nuestros fundamentos democráticos y lejos de debilitar al yihadismo terrorista, lo refuercen.
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