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El jazz de las miradas curiosas

Ibrahim Maalouf y Cécile McLorin Salvant, jóvenes y complementarios en Las Noches del Botánico

Concierto de Cecil e Ibrahim Maalouf en el Real Jardín Botánico de la Complutense.
Concierto de Cecil e Ibrahim Maalouf en el Real Jardín Botánico de la Complutense.Kike Para

La esencia permanece en el jazz, pero las formas no cesan de evolucionar. Incluso de revolucionarse. Poco importa que como género pueda presumir de su vetusta condición centenaria: el jazz sigue constituyendo la banda sonora de la inquietud. Lo demostraron anoche dos artistas diferentes, pero hermanados, como mínimo, por la curiosidad. . Un hombre nacido nada más irrumpir los años ochenta y una mujer que asomó al mundo en la hoja postrera de la década. Un libanés afincado en París y la hija en Miami de una francesa y un haitiano. El más excitante nuevo agitador de la trompeta y el nombre que, de repente, acapara las conversaciones entre los oráculos del jazz vocal. Dos perfiles distintos que confluyeron en estas Noches del Botánico que están revitalizando, como no se recordaba desde los mejores años en Conde Duque, la música a la fresca.

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A Maalouf nunca ha parecido pesarle el apellido, por más que su padre, el también trompetista Nassim, haya ejercido como mentor y Amin, su tío, sea uno de los nombres referenciales en las letras contemporáneas francesas. Suya fue ayer la electricidad, la excentricidad, la chispa, la herencia árabe, la transgresión desbocada. Antes, cuando el sol era todavía una evidencia a las 21.10, había asomado McLorin Salvant con ese magnetismo que no la acompaña, sino que adquiere en ella toda su corporeidad.

Cécile desprende un talante singular desde el mismo atuendo, embutida ayer en un vestido que parecía una carta de ajuste pixelada y mirando a la platea de la Ciudad Universitaria a través de sus características gafas de pasta, esta vez de blanco marfileño. Pero raparse la cabellera o retorcer las posibilidades del estilismo de poco sirve si falta la sustancia, justo aquel elemento más diferenciador en la de Florida. Cécile nunca es estridente; más bien parece canturrear, una ocupación que diríamos tan sencilla como enjabonarse bajo la ducha. Y no. Cerramos los ojos y nos acaricia, abraza y envuelve. Engatusa de tal manera que, a ratos, ha de alejarse el micrófono de los labios para no abrumar y que sintamos su voz como torrente líquido.

Andaban las tertulias divididas sobre si McLorin Salvant atesoraría más discos de Sarah Vaughan o Billie Holiday, aunque parece probable que contabilice de ambos por docenas. Los partidarios de la segunda opción se sintieron avalados cuando la morena de Florida le hincó el diente a What a little moonlight can do, que recrea con delectación apasionada y amplio margen para el lucimiento de su trío acompañante. Pero los aplausos fueron incesantes desde Fog, el taciturno tema inicial, y What's the matter now, un blues canónico y adictivo que Bessie Smith ya le cantaba al mundo hace ochenta y tantos años.

Canciones octogenarias que anoche, superado el ecuador de 2016, sonaban vivísimas, rearmadas, imperecederas. Quizá no tanto en el caso de Somehow I never could believe, de aquella vieja ópera (Street scene) de Kurt Weill sobre Nueva York. Pero sí, con seguridad, durante los sabrosos gruñidos de Growlin' Dan, una antigualla curiosísima de Blanche Calloway. Cécile no paró de piropearnos sobre cómo la luz decreciente iba dibujando diferentes tonalidades sobre nuestros “hermosos rostros”. Sabía de lo que hablaba: ella es dueña de todos los colores.

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