Los dueños de la ciudad
La compra masiva de edificios y suelo urbano por parte de sociedades de inversión, algunas de ellas ‘offshore’, altera las dinámicas sociales y fomenta la aparición de fronteras internas en la ciudad
A quién pertenece la ciudad? Esta es la pregunta que sobrevoló la semana pasada en la conferencia Urban Age organizada por la London School of Economics en la Bienal de Arquitectura de Venecia. El debate se explica por la creciente presión de lógicas globales sobre la ciudad. La inmigración, el turismo o el capital global son solo algunos de los fenómenos detrás de los debates urbanos del momento. Qué derechos otorgamos a los recién llegados, cómo hacer convivir visitantes y residentes o quiénes son los nuevos propietarios del suelo urbano son tres cuestiones que hoy remiten a la pregunta de a quién pertenece la ciudad. La respuesta es aparentemente sencilla: la ciudad, como todos los bienes comunes, es uno de esos espacios y recursos que, sin ser de nadie, son patrimonio de todos.
Sin embargo, como señaló Saskia Sassen, asistimos a un nuevo fenómeno que está alterando las lógicas de poder hasta el punto de poner en riesgo la noción tradicional de ciudad. Se trata de la compra masiva de edificios o piezas enteras de tejido urbano por parte de grandes corporaciones o inversores globales que empiezan a dominar los centros de capitales como Londres, Nueva York o Tokio. En algunos casos, se instalan nuevos focos financieros donde antes había edificios públicos o gubernamentales que estaban insertos en la trama urbana y ahora, en su nueva función, tienen unos requisitos de seguridad que los separa de su entorno más inmediato, creando pequeñas islas de excepción en la ciudad. En otros casos, son inversiones millonarias de dinero proveniente de China, Rusia o el Golfo Pérsico que compra residencias en los barrios más exclusivos, no para vivir, sino como una forma de ahorro o inversión. Así, surgen en pleno centro barrios fantasmas en los que no vive nadie, en una lógica que rompe la mezcla propia de todo espacio urbano, aumenta los precios del conjunto y crea nuevas fronteras en la ciudad.
No se trata de un fenómeno nuevo. En su influyente obra La ciudad global, Sassen ya alertaba de las compras de edificios por parte de capital extranjero a finales de los años ochenta. Entonces, más de la mitad de los edificios de la City de Londres ya eran de propiedad internacional. Con las desregulaciones de los noventa y los nuevos instrumentos de movilidad electrónica, aumentó la transacción y la compra de suelo urbano cada vez más entendido como una mercancía. Con el tiempo, además, muchas de estas empresas entraron en la lógica offshore, y algunas ciudades se convirtieron en sedes de sociedades ficticias que, de manera más o menos legal, estaban relacionadas con paraísos fiscales. En 2014, por ejemplo, el 54% de las compras de propiedades de más de 5 millones de dólares en Manhattan lo ejecutaron sociedades pantalla. Un porcentaje muy elevado de edificios emblemáticos como el Time Warner, el Plaza o el Warner pertenecen a personas que utilizan sociedades ficticias para ocultar su identidad.
El problema de esta compra masiva de suelo urbano no es que sea de capital extranjero porque también existen inversores locales. Tampoco es necesariamente problemático que se trate de inversión privada. Las ciudades han sido siempre espacios privilegiados de producción económica, comercio e intercambio, y los principales motores de la industrialización. La iniciativa privada puede crear buenos espacios colectivos. El problema del espacio público no es la propiedad, sino la función.
La novedad es la escala y el impacto de esta compra masiva de edificios y suelo urbano. Sassen habla de "gigantismo urbano" para describir el paso de un tejido dominado por propiedades pequeñas, modestas y públicas a otro de inmensas piezas urbanas, caras y esencialmente privadas que reducen la complejidad de la ciudad. Se pierden espacios de mezcla y porosidad y se intensifican las fronteras dentro de la ciudad. Espacios antes abiertos y accesibles se encierran y desvinculan del contexto local. El principio de urbanidad, entendido como el vínculo entre la vida íntima y la colectiva, entre la autonomía individual y la convivencia con extraños, también queda seriamente dañado.
La adquisición masiva de tierras como instrumento de competencia económica lleva años actuando en todo el mundo. Es conocida la compra de tierras africanas por parte de empresas chinas o de la Bosnia rural por las saudíes. Ahora el fenómeno ha llegado a la ciudad y no hace más que confirmar la progresiva pérdida del territorio como último reducto de soberanía democrática.
Judit Carrera es politóloga.
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