Expectativas frustradas

En la edición del Grec 2013 el mejor espectáculo de danza fue por unanimidad Plexus del director teatral francés, Aurélien Bory, y de la carismática y excelente bailarina japonesa, Kaori Ito. Así pues, el público, que la noche del miércoles se dirigió con fervor al Mercat de les Flors, para ver Questcequetudeviens?, el nuevo espectáculo del creador francés a cargo de la bailarina de flamenco gala, Stéphanie Fuster, albergaba muchas expectativas que, al final, se vieron frustradas. La pieza es un buen trabajo y gustó, pero está lejos de hechizar como Plexus.En esta ocasión, Bory ha sido tacaño en brindarnos su imaginación y ha utilizado recursos muy socorridos, además su protagonista está en proceso de alcanzar una personalidad artística como bailarina, lo que debilita el montaje.

 La vida de la francesa Stéphanie Fuster, nieta de un exiliado ibicenco que huyó a Francia tras la Guerra Civil española, cambió cuando el flamenco se cruzó en su camino. Hace 20 años después de licenciarse como abogada, lo dejo todo y se fue a Sevilla para convertirse en bailaora tras haber ido a clases durante un tiempo en su ciudad natal, Toulouse. Su empeño la ha llevado a trabajar con figuras del flamenco como Israel Galván, Juan Carlos Lérida y Javier Latorre, entre otros. Precisamente ha sido Stéphanie quien ha encargado a Bory este espectáculo, que no deja de ser un retrato de su trayectoria como bailaora, la historia de un sueño que va tomando fuerza a través del tiempo y el espacio.

El director francés ha ideado un escenario presidido por una estructura metálica en forma de prisma, una especie de jaula, en que la protagonista vomita sus sueños y frustraciones. A veces queda atrapada por el espacio, otras una puerta abierta le permita respirar y desprenderse de su angustia. La estética del espectáculo es muy contemporánea y minimalista. Lo mejor de Questcequetudeviens?, son el cantaor Alberto García y el guitarrista y autor de la música, José Sánchez, ellos interpretan los diferentes palos del flamenco sentados en una típica silla con ruedas de oficina con la que se deslizan por todo el escenario, o, en otros momentos, trepando por la estructura metálica.

Al principio del espectáculo la bailaora juega con una armadura en forma de vestido rojo con volantes, que la convierten en nazareno o en un paso de la Semana Santa sevillana. Luego ya dentro de la jaula metálica lucha, frente al espejo, para familiarizarse con el lenguaje del flamenco: el braceo, el zapateado y las vueltas de riñón. Una y otra vez repite los movimientos para atrapar en su cuerpo este lenguaje. Lo mejor es el número final, donde Fuster baila sobre un enorme charco de agua. Visualmente hipnótico pero muy visto en otros montajes.