Festival de entrenamiento
Blaumut y Manel, los primeros en caldear el ya tórrido ambiente de Canet Rock
"Este es un festival de entrenamiento", explicaba uno de los responsables del Canet Rock. "El lugar es seguro, agradable, está cerca de casa (si pasa algo, golpe de teléfono y los padres están aquí en un momento) y por 35 euros no se puede encontrar un cartel más amplio. Además, aquí no se viene por ninguna banda en concreto sino para estar en grupo. Después de esto ya se puede ir a Benicasim". Mejor explicación imposible.
Canet Rock es verdaderamente un festival de entrenamiento, casi iniciático para muchos jovencitos y jovencitas que probablemente viven por primera vez la sensación de formar parte de una tribu mucho más amplia que su círculo de amigos. Y tanto mejor si por el escenario desfilan algunos de los nombres que habitualmente llenan las play list de sus móviles pero a Canet se viene a disfrutar del hecho musical en compañía. Y más de veinte mil personas son una compañía lo suficientemente grande como para sentirse bien arropado.
Solo así se entiende que el mismo público jalee con igual fervor cosas tan dispares como Manel, La Raíz, Els Pets, Aspencat, las viejas canciones de Sangtraït o un fenómeno tan friki e infumable como Miquel del Roig. El Canet Rock del siglo XXI ha conseguido en solo tres ediciones estar por encima de su propio cartel. Es la fiesta y en la fiesta todo cabe.
Canet Rock fue una fiesta pero también hubo música. El listón fue subiendo, nadie podía bajar la guardia aunque el público era receptivo a cualquier cosa que le ofreciera un poco de marcha.
Animal puso a bailar a todos los que, a las seis de la tarde, se habían atrevido a entrar. La pols i l'era marcó el momento kitsch del día y no quedó claro si el público entendió de qué iba la cosa. Josep Maria Mainat, sin llegar a las cotas de frikismo de del Roig, hizo una felizmente corta aparición acompañado por la Dharma en papel de coristas (tampoco se les oyó mucho) para parodiar a Raimon, Llach y Pi de la Serra.
A partir de ahí todo cambió. Unos Manel en versión comprimida coronaron el primer ocho mil de la velada (ya era de noche y la campa estaba repleta). Seriedad y comunicación a partes iguales. Con Els Pets la campa tembló, todo el mundo cantaba y bailaba. Los de Constantí volvieron a dejar claro aquello de que la veteranía es un grado, arrasaron. Miles de bocas cantando Bon dia y agitando sus camisetas será probablemente el momento a recordar de este Canet Rock.
Quim Mandado y Martín Rodríguez recuperaron el espíritu de Sangtraït aportando buenas dosis de heavy metal ampurdanés magníficamente recibido por un público que, por su edad difícilmente podían recordar a la banda y que, además, acababa de levitar con Manel y Els Pets, curioso. O no tan curioso: simplemente refuerza la idea de Canet Rock como un festival en el que se ha de estar independientemente de la música que suene.
Cuando se esfumó el recuerdo de Sangtraït todo el Pla d'en Sala entró en una perpetua convulsión marcada por los saltos alocados y los gritos combativos. Primero fue el acelerado desmadre verbenero de La Gran Pegatina. Siguieron, como si de una unidad se tratara La Raíz, Itaca Band y Aspencat.
Faltaban pocos minutos para las seis y el día empezaba a clarear cuando Els Catarres irrumpieron en el escenario, lluvia de serpentinas incluida. Las fuerzas del personal todavía no habían decaído, se volvió a cantar y bailar a placer. El sol comenzó a abrirse paso entre las numerosas nubes. Misión cumplida. El descenso hacia la estación de cercanías fue un peregrinar de caras cansadas pero tremendamente felices.
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