Mecidos por el viento
El sonido rítmico y campestre de Wesley Schultz y los suyos propicia un esplendoroso arranque para las Noches del Botánico
Escoger un cañonazo como The chain, de Fleetwood Mac, para irrumpir en el escenario constituye una apuesta valerosa. El estado de ánimo que se imprime resulta inmejorable, y más si declina el sol en la Ciudad Universitaria, pero hay que echarle bemoles, sostenidos y una avalancha de semicorcheas para mantener el pálpito en el gallinero y las gradas. The Lumineers fiaron este lunes su empuje a un sonido majestuoso y una capacidad instintiva para el instantáneo himno campestre. Porque nada como una ristra de guitarras, mandolinas y un bombo perseverante, aderezados todos por el llanto distinguido del violonchelo, para sentirnos mecidos por el viento. Allá en el rancho grande, evidentemente.
Era la primera entrega de las Noches del Botánico, el festival veraniego que toma el testigo de las dos ediciones previas del MadGarden, y el estreno resultó maravillosamente propicio: llenazo inequívoco, público joven y predispuesto a la sonrisa, producción rutilante y un repertorio pensado para calarse el sombrero y rebuscar entre los cajones hasta que aflore algún viejo tirante. Wesley Schultz no quiere que el monumental éxito de Ho Hey ensombrezca la sesión, así que exhibe la joya de la corona en cuarto lugar, no sin antes sugerir (con éxito muy relativo) que el personal disfrute la experiencia sin parapetarse tras la pantallita de turno.
Lo mejor es que ni esa The chain ajena ni esta Ho Hey propia constituyen los momentos culminantes de la noche para el quinteto de Denver. Schultz es un líder ubicuo que ni se esconde ni defrauda en ninguna faceta: la de cantante privilegiado, multiinstrumentista prolífico, líder estiloso. Su manera de martillear con el piano en Submarines es adictiva, y el efectista baño de masas en mitad de la noche, memorable. Sobre todo porque Where the skies are blue es una balada encantadora, como si proviniera de los primeros discos de Emmylou Harris. Y un clásico dylanita de las dimensiones de Subterranean homesick blues siempre sabe a gloria, incluso aunque la lectura pierda una importante dosis de acidez respecto a la original.
Son matices que no empañan la vocación vitalista de un grupo radiante hasta en su bautismo, predispuesto a los estallidos de confeti (Big parade), las baladas con súbito acelerón (Classy girls) o las codas pomposas (My eyes) con un émulo de Richard Manuel al piano.
The Lumineers ejercen como una estupenda alternativa yanqui a Mumford & Sons y, como tales, agregan la pegada de Band of Horses y hasta la épica del Springsteen más acústico y sustancial. Quizá sean más recurrentes de la cuenta y el chelo de Neyla Pekarek, por ejemplo, tiene un sonido tosco y ortopédico en los solos, como si hubiera sustituido el arco por un serrucho. Pero hay nervio, fibra, intención, intensidad. Incluso la cabalgada de In the light, antepenúltima de la noche, recordaba algo a Fleetwood Mac. Tú a Denver y yo a California.
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