Dos décadas de ‘sonarización’ de Barcelona
El festival ha influido profundamente en la personalidad de una ciudad que se transforma durante los días de su celebración
Es difícil encontrar un acontecimiento cuya influencia en la vida cultural y social de Barcelona haya sido más transversal que Sónar. Solo hay que echar un vistazo a una escena compuesta por tiendas de discos, festivales, clubes, disc jockey o sellos discográficos desde hace 23 años para entender parte de su trascendencia. En 1994, cuando celebró su primera edición en la sala Apolo, la ciudad se levantaba de una pesada resaca de los Juegos Olímpicos que abrió las puertas a muchas ideas. Por entonces la única cultura de club que existía era la de la música máquina y las tiendas de discos de música electrónica como Blanco y Negro, en la calle Calvet, eran una isla a la que solo acudían los sospechosos habituales. No había ningún otro gran festival musical urbano parecido y pagar una entrada para ir a ver a un tipo pinchando un viernes los clásicos de Detroit todavía no entraba en los planes de casi nadie. Ya fueran de la Bonanova o de Ciudad Meridiana.
La transformación en los gustos musicales fue radical. Pero también en las costumbres. Sónar es parte del origen de la tan manida modernidad barcelonesa, en gran medida surgida de esa idea postolímpica de la integración del espacio público en los rituales de ocio menos convencionales. Escuchar el sonido atronador del techno salido del surco de los discos de dj’s como Carl Craig o Laurent Garnier en medio de una gran plaza del Raval (el patio del CCCB), en un pabellón de deportes público (Mar Bella) mientras amanece, en un recinto ferial (La Fira de l’Hospitalet) o en un lugar tan poco propenso a quitarse la ropa y bailar hasta que anochece como la vetusta feria de la Plaza de España condujo a una cierta reconciliación de gran parte de la juventud con su ciudad. Y eso, de alguna manera, atrajo al público extranjero que conforma estos días la mayoría de visitantes del festival (alrededor del 60 %) y de sus actividades circundantes desarrolladas en la estela del evento.
Lo interesante de este festival es que funciona también como un encuentro internacional de la industria de la música electrónica, de club y experimental. Una convención a la que se desplazan absolutamente todos los agentes del sector. Y ahora, desde la creación de Sónar +D, también de startups y empresas de nuevas tecnologías e innovación. Mark y Robin, dos estudiantes de tecnología en Londres pasean por la muestra la mañana del viernes. “Esta es la parte que hace único este festival”, sostienen. Durante toda la semana -y eso significa desde el mismo lunes- comienzan a celebrarse las fiestas de los sellos discográficos que vienen a hacer negocios a la ciudad. De hecho, estos días hay en Barcelona más de 65 eventos diarios -en barcos, en piscinas, en el Forum, en hoteles como Casa Bonay, en el Pueblo Español, en antiguos clubes como Bloc o Panams o en tiendas de discos- surgidos alrededor del certamen. Es el llamado Off-Sónar, una efervescencia musical y social de dimensiones casi mayores al propio festival que la propicia.
Todos los negocios en los aledaños de esta escena multiplican su facturación estos días. Discos Paradiso, por ejemplo, la tienda de vinilos de electrónica de referencia en Barcelona (Ferlandina, 39), vende el doble la semana de Sónar. Arnau, uno de sus dos socios, subraya la influencia que tiene el evento -cuando se celebraba en el patio del CCCB hasta hace 3 años todavía era mayor, recuerda- en la afluencia de clientes a la tienda. Ayer por la tarde la dj alemana Ellen Allien estaba pinchando en el mostrador de Paradiso. Solo unos metros más abajo, en la calle de Joaquín Costa, el bar 33-45 celebra estos días una pop-up store de Kompakt, la gran firma de música electrónica europea que trae también a algunos de sus artistas para que pinchen en el local.
Más allá de esa contribución, hay otros intangibles, como señala Ricard Robles, codirector del festival. “El trabajo que hacemos desde el año pasado es hablar de estudios de contribución. De qué manera hace uso la ciudad de un evento de este tipo y contribuye un perfil de ciudad y a unas comunidades. ¿Cómo determinas esos parámetros? No es tanto lo que se deja la gente que viene aquí, sino lo que se lleva. Y descubres que la motivación principal es el estímulo creativo. Creo que aporta parte de un relato de una ciudad que explica como la cultura puede ser un dinamizador de conocimiento”, sostiene Robles.
Las cifras económicas también dicen de la trascendencia del festival en la ciudad. El gasto medio por visitante es de 590,70 € mientras que la del de Sónar+D llega a los 833,63 €. Y esa es una de las novedades, porque el certamen se ha volcado en los últimos años en el crecimiento de este apartado del evento más relacionado con la actividad empresarial y compañías enfocadas a la tecnología y sus usos aplicados a la cultura. Para calibrar la influencia de un evento de este tipo en la ciudad conviene también ver qué permanece el resto del año cuando las 150.000 personas se quitan la pulsera y vuelven a su casa. Según el último estudio realizado, un 28 % de los participantes de la ciudad ha arrancado proyectos y colaboraciones profesionales con otros asistentes al festival y un 9 % de las empresas considera que ha tenido más facilidad de acceso a la financiación por el hecho de haber participado en el certamen. Además, el impacto directo del festival son 70 millones de euros y alcanza los 124 en toda la repercusión financiera inducida. Pero el dinero, en este caso, no parece lo más importante.
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