Jóvenes y refinados
El quinteto madrileño ocupa un lugar inédito de buen gusto, con un vocalista que no para de crecer y esa sección de metales avasalladora
Acabarán pasando cosas muy alentadoras con Dummie, más allá de las que ya hayan podido suceder. Eso, o tendremos que convertirnos en unos escépticos y desencantados, porque este quinteto madrileño constituye uno de los hallazgos más sólidos, esperanzadores, incluso excitantes de la escena local. No hay ninguna otra banda que se atreva ahora mismo con ese sofisticado pop jazzístico que escuchamos este miércoles en la Sala Clamores y por el que parecen filtrarse maneras de Ben Sidran, Marc Jordan o Steely Dan. Ni hay ningún jefe de filas tan versátil como Alejandro Serrano, trompetista flamígero que cada vez se siente más afianzado en su faceta de cantante. Su voz sonó progresivamente creíble y convincente; a veces quebrada y con su cuota de riesgo, de lija, de aristas rugosas.
Hay raudales de música en los dedos de estos chicos jóvenes y refinados. Goiko Martínez es un batería de muñeca suelta, siempre en condiciones de aderezar el plato con acentos inimaginables. El ubicuo pianista David Schulthess (la semana pasada le habíamos visto con Morgan) es un travieso disfrutador, la sonrisa más justificada del circuito. Y el exquisito saxo de David Carrasco se multiplicaba exponencialmente con la presencia puntual de Iván del Castillo (trompeta) y Marcos Crespo (trombón), por ejemplo en A este lado del río. En esos momentos exultantes, con cuatro metales alumbrándolo todo, podíamos cerrar los ojos y soñar con que una reencarnación de la Caledonian Soul Orchestra había aterrizado en la ciudad.
El repertorio es gozosamente complejo (compases múltiples, laberintos rítmicos, silencios enfáticos, codas inesperadas) y solo algunas letras incurren en un tono coloquial que no acaba de casar con la exquisitez sonora. No es el caso de Nadie tiene culpa de nada, excelente crónica de esta sociedad inadaptada a la que nos enfrentamos o de la que acabamos siendo partícipes. Ni de Tengo, una balada que habría cabido en ese disco de Max Jury del que hoy habla, con motivos, todo el mundo. Los temas aún inéditos, como Personas y lugares, solo sirvieron para presagiar que al debut, Un jardinero en la Antártida, le habrán de seguir cosas muy sabrosas.
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