Vida después de ‘Amélie’
Yann Tiersen ha conseguido sobrevivir a la película de Jeunet sin bajar la guardia
En 2001 el bretón Yann Tiersen cargaba ya con una respetable carrera musical a sus espaldas pero más allá de su país prácticamente nadie se había enterado. Ese año Amélie, la película de Jean-Pierre Jeunet (que regresaba a Europa después de haber resucitado un alien en Hollywood), fue un auténtico bombazo y con ella su banda sonora firmada precisamente por el tal Tiersenn. El vals que acompañaba las andanzas de Amélie Poulain por un Montmatre de cuento de gnomos se convirtió en la reticente banda sonora de cualquier cena de esas que ahora llamaríamos hipster que se preciara.
Tiersen lo tenía difícil para sobrevivir a un éxito así que, además, se apartaba ligeramente de su trabajos habituales. Pero no solo lo consiguió sino que ha podido enterrar ese recuerdo y acercar su música a un público mucho más amplio.
Como muestra su última visita a Barcelona en la noche del martes. El Palau volvió a llenarse, las entradas se habían agotado con semanas de antelación, y Tiersen consiguió un triunfo tan sonado como merecido. El público se entregó totalmente a la propuesta del bretón que tuvo que ofrecer cuatro bises y no continuó porque las luces de la sala se encendieron y ya se sabe que eso aplaca inmediatamente los ánimos de los espectadores más acalorados.
Yann Tiersen ha conseguido sobrevivir a Amélie sin bajar la guardia ni adocenar su trabajo. En el Palau se presentó en solitario en un escenario sumido en la penumbra por media docena de tenues farolillos. Comenzó ante el piano acompañándose de una cinta magnetofónica que leía un viejo Revox de bobinas convertido en el centro del escenario. Más que una interacción real con la cinta, Tiersen planteó su presencia como un fondo un tanto ruidista (en los límites de lo molesto pero sin llegar a serlo) que contrastaba con la ligereza y suavidad del toque pianístico. Los temas se fueron sucediendo con tal naturalidad que era necesario que el pianista apartara ostentosamente las manos del teclado y se inclinara a buscar la botella de cerveza que le acompañaba para que el público se atreviera a aplaudir, la cinta seguía sonando.
Unos cincuenta minutos de minimalismo acariciante a los que siguieron unas propuestas mucho más duras en el aspecto repetitivo, primero con el violín y un toque realmente potente, agresivo, y después con dos pianitos de juguete que tocó de rodillas con una mano en cada uno. El sonido metálico y lacerante de los pequeños teclados golpeados con energía fue sin duda lo más impactante de la velada. Después rgresó al piano, usó una melódica de forma anecdótica, y volvió a suavizar las aristas en oleadas de notas sencillas pero tremendamente impactantes envolviendo al público en una sedosa tela de araña de la que era imposible escapar.
Nadie se acordó de Amélie Poulain.
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