Una mujer estafó casi 100.000 euros fingiendo calamidades
La acusada contactó con su víctima a través de un programa de televisión y le engañó durante dos años
A Soledad Guijarro le pasaba de todo. No solo atravesaba una situación económica desesperada, sino que ella y sus familiares sufrían todo tipo de enfermedades (Alzheimer, cáncer, problemas cardíacos...) y calamidades (atropellos, robos...). Así se lo hizo creer, al menos, a un hombre que, por ayudarla ante tanta desgracia, acabó pagándole casi 100.000 euros a lo largo de dos años. Primero le ingresó pequeñas cantidades para ayudarle con la manutención, pero acabó aportando grandes sumas de dinero para ayudarle a gestionar la venta de un piso que había heredado en Suiza. Todo era mentira. La mujer afronta una pena de cinco años de cárcel por estafa.
Todo empezó en la tele. En octubre de 2010, Soledad envió un mensaje de texto a una cadena de televisión para solicitar ayuda. Escribió que estaba “en un gran apuro” y pidió a los espectadores que llamaran para ayudarla. Uno de ellos picó el anzuelo. “Entre sollozos, faltando totalmente a la verdad”, recoge el escrito de la Fiscalía, la mujer le explicó una serie de desgracias que ni el bueno de Job.
A su hijo, de 16 años, “le faltó oxígeno” al nacer y tenía una “mentalidad de ocho años”. Su madre, ingresada en una residencia de ancianos, era tetrapléjica y, además, padecía Alzheimer y cáncer. La propia Soledad sufría “problemas de corazón”, era “diabética” y siempre estaba “anémica”. No tenía trabajo ni lugar para vivir, tenía una orden de alejamiento porque su marido la maltratada y debía alimentarse rebuscando comida en la basura.
Todas esas afirmaciones eran una patraña, pero la mujer intentó disimularlas. Le pidió al hombre que comprobara su situación y acudiera a la portería donde, presuntamente, vivía, y le pidió “algo de comida”. El hombre se creyó todo aquello, acudió a la portería y le entregó dos bolsas con comida.
El engaño no había hecho más que empezar. La acusada “simuló la situación de indigencia” y un conjunto de “hechos desgraciados” para convencer a su víctima de que le ingresara ciertas cantidades de dinero en una cuenta de Catalunya Caixa. En los meses siguientes logró unos cuantos cientos de euros. Mientras, sus desgracias no hacían sino aumentar: ahora resultaba que la anciana que le permitía vivir en la portería había fallecido y ella necesitaba pagar los 380 euros de alquiler de un piso que los servicios sociales le habían conseguido. El hombre siguió haciendo ingresos de cada vez mayor cantidad. Casi un año más tarde de aquel primer contacto telefónico, la mujer le comunicó nuevas calamidades: a su hijo le habían atropellado, su madre había muerto y ella misma se enfrentaba a ingresar en prisión porque había tenido que robar comida de un supermercado.
La cosa se desmadró cuando le contó que estaba pendiente de recibir una herencia de sus padres y tenía pendiente el cobro de 6.000 euros. Más tarde, resultó que en una caja fuerte había las escrituras de un piso en Berna que era propiedad de su padre. En caso de venderlo, le dijo, podría devolverle el dinero prestado. Pero disponer de ese piso implicaba un enorme desembolso en gestiones, que la víctima no dudó en aportar.
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