Ironía con buen gusto
Los neoyorquinos traducen con simpatía grandes éxitos del pop al lenguaje de Broadway ante una Sala But entregada y abarrotada
La traducción de grandes éxitos del pop al lenguaje jazzístico no es una ocurrencia novedosa. Basta repasar una serie de antologías, When Jazz Meets Pop, para encontrar docenas de ejemplos al respecto, o recordar cómo un melodista tan venerable como Paul Anka le colocó traje y corbata hasta al Smells Like Teen Spirit del difunto Kurt Cobain. El mérito de estos Postmodern Jukebox que el miércoles abarrotaron la Sala But (¡con las entradas pulverizadas desde hace mes y medio!) consiste en elevar la anécdota a categoría; aderezarla con una gozosa bonhomía escénica, como si nos encontrásemos en las estribaciones mismas de Broadway, y aplicar las enseñanzas de la era moderna. El maestro de ceremonias abre la velada informándonos sobre el hashtag que debemos utilizar en nuestras comunicaciones, una estrategia que, a juzgar por los casi 500 millones de visitas que esta muchachada acumula en YouTube, debe de ser la correcta en estos tiempos de la viralidad autosuficiente.
La tropa de Scott Bradlee opera casi en régimen de franquicia. No se precisa del líder, sino de la marca, y en este sentido los Jukebox se desenvuelven sin ostentación pero con manifiesto desparpajo. El quinteto instrumental (trío con teclado más viento y metal) ejerce de soporte hábil para los auténticos protagonistas, tres vocalistas femeninas, dos masculinos y hasta una bailarina de claqué. Y estos seis elementos se permutan como en una clase de combinatoria avanzada. Solo son inmutables las sonrisas traviesas: prevalece el gusto por la ironía y la ironía con buen gusto.
Lo mejor del caso: se busca la complicidad y la sorpresa, en ningún caso la ridiculización. Más bien al contrario, muchas de estas versiones dignifican y revalorizan los originales, en particular ese I Want It That Way (Backstreet Boys) en excepcional lectura doo wop. Otras elecciones resultan más obvias, como Sweet Child of Mine (Guns N’ Roses) teñido de blues y trombón, pero hasta My Heart Will Go On, la canción más abominada de la última centuria, tiene un pase travestida en cándido soul de los sesenta. Sobra algo de minutaje, como en una ronda final de solos que fue alimento para egos y zancadilla a la paciencia del oyente común. Y falta espíritu de provocación, ese que exhibía Richard Thompson, por ejemplo, recreando Oops! I did it again. Pero no les neguemos la gracia a estos posmodernos del vintage, porque la tienen.
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