El icono modosito
El ex de Oasis alterna a los High Flying Birds con sus grandes canciones históricas, pero no pasa de la corrección a la pasión
Es divertida y, sobre todo, muy hooligan esa ocurrencia de caldear el ambiente con bocinas, tambores, murmullos y demás fuentes de jarana durante los tres minutos previos a la salida de Noel Gallagher a La Riviera, como si nos encontrásemos en el Ciudad de Manchester ante la visita del United. La escandalera cesa a las nueve en punto, tal que las señales horarias, y el hombre que una vez fue el más enfurruñado, lenguaraz e influyente de los rockeros británicos da un golpe en la mesa con Everybody’s On The Run. Seguirán otras 19 piezas irreprochables y bien dosificadas entre los dos álbumes de la banda actual (High Flying Birds), los clasicazos obligados de Oasis y alguna rareza añeja muy estimulante, en particular la maravillosa Talk Tonight. Pero, más allá de los efectos sonoros introductorios, queda la sensación de que Gallagher hoy concita más respeto que fervor, como si su comparecencia, correcta y elegante, careciese del empuje necesario para dejar huella en la memoria del espectador.
Noel no es el más guapo ni el Premio Naranja a la cordialidad, pero por primera vez en un porrón de años parece mayormente centrado en escribir canciones. Se traba con la mortecina The Dying of the Light, que hasta incluye punteos como de un Mike Oldfield viejuno, pero atina con esa delicia, The Death of You and Me, de la que Lennon se sentiría orgulloso. Noel canta mejor que Liam (o, al menos, sin ese tono de permanente desdén), no se cruza los brazos a la espalda ni nos mira como si le molestara que respirásemos el mismo aire, pero tampoco se esfuerza por hechizarnos. Solo en Lock All The Doors aflora aquel macarra imberbe de antaño, mientras que el trío de metales para In The Heat of the Moment, con cuatro notas mal contadas, es un desperdicio en toda regla.
Los primeros brazos al aire no se elevan hasta Champagne Supernova y solo la fiesta final de Don’t Look Back in Anger, indudable candidata a la posteridad, bordea ese alborozo anhelado y casi nunca obtenido. Noel Gallagher se nos ha vuelto un icono modosito, recatado, tan maduro como para dylanizar su Wonderwall retorciendo y acelerando las frases. Pero, con semejante catálogo a las espaldas, una pizca más de pasión tampoco vendría mal.
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