Las modistas salen del armario
Una exposición de la Fundació Setba revela como los vestidos ya se copiaban en la época dorada de la alta costura en Barcelona
A la artista Rosa Solano le gusta decir que esta exposición ha sacado a las modistas del armario. Una profesión que llegó a tener muchas pretendientes, que soñaban sobre todo con trabajar para los grandes diseñadores de alta costura, entre los cuales Cristóbal Balenciaga era el más deseado. Entredós: seguint el fil, que estará en la Fundació Setba hasta el 23 de abril, es un homenaje al oficio de costurera, a todas aquellas que sufrieron y disfrutaron con el hilo y la aguja en los talleres de alta costura de Barcelona, pero también es una muestra reveladora, que explica que copiar a los titanes del diseño ya era una práctica habitual en los cincuenta y sesenta, por encargo de la burguesía.
Esta exposición, que es una secuela de otra, Entredós 2.0, que se inauguró en la Fundació Setba en 2010 y se vio en el Museo Balenciaga de Getaria (Guipúzcoa) en 2014, ya forma parte de toda una historia. Empezó con el hallazgo de una maleta de mimbre, que cayó en manos de la diseñadora Fiona Capdevila, cuando Pilar Ayarza, una modista que había trabajado para Balenciaga murió sin descendencia en un modesto piso del barrio de Gràcia.
Tirando del hilo de aquella casualidad, Rosa Solano y Fiona Capdevila, fueron tejiendo la historia de una costurera, que las llevó hasta otras modistas jubiladas y en activo con ganas de explicar su experiencia. Con aquel material forjaron una nueva muestra Dones visibles, invisibles, en la Casa Elizalde, un homenaje a las antiguas costureras, vestigio de la época dorada de la alta costura en Barcelona, capitaneada por Balenciaga, Pertegaz, Asunción Bastida, Santa Eulalia o El Dique Flotante.
Seis años después de la primera, las dos artistas presentan otra exposición que indaga más en la profesión para explicar los secretos. Se trata de una interpretación libre de este sector, que pone el foco en el día a día de estas profesionales, poco valoradas pero imprescindibles, que ganaban 160 pesetas a la semana para coser vestidos que se vendían a más de 7.000, y se quedaban castigadas sin trabajar ni cobrar el día que llegaban tarde al trabajo.
Estos detalles se pueden leer en el artículo Diario de una costurera, reproducido en grande en la exposición. Fechado en abril de 1951, el texto revela cómo era la profesión, sus penas y sus alegrías, y detalla como las costureras también trabajaban en casa para las clientas del atelier a precios muy inferiores. Las señoras las esperaban dentro de sus lujosos automóviles a la salida del trabajo, y les daban una tarjeta para reclamarles sus prodigiosas manos a precio de saldo. Así conseguían aquellas damas algunos vestidos más del estilo de Balenciaga pero que les costaban una décima parte.
Para las modistas, jóvenes y mal pagadas, estos encargos eran bien recibidos porque representaban un sobresueldo, y los podían entregar gracias a sus escapadas a hurtadillas al lavabo, cubiertas por las compañeras, donde rápidamente copiaban los patrones de los vestidos de los diseñadores. Tenían prohibido llevarse ningún tipo de material, pero siempre encontraban maneras de esconderlo. Eso sí, si las descubrían, el despido estaba asegurado, sobre todo si las copias eran de diseños de las nuevas colecciones.
Hoy se denominaría “espionaje industrial”, explica Rosa Solano, y confirman que esta era una práctica habitual en diferentes talleres las modistas que aparecen en el documental Sense tocar la roba, una de las piezas de todo este proyecto que se proyectará el 17 de marzo en los cines Maldà. Para saber más, se celebrará la conferencia L’ alta costura a Barcelona, a cargo de Josep Casamartina, el 7 de abril en la Fundació Setba.
Después de cruzar una entrada que sitúa al espectador en el ambiente de los ateliers, la pintura y el diseño dialogan en una exposición que incluye fotografías, objetos (patrones y enseres de coser), cuadros, collages, esculturas y representaciones que recrean el oficio. Habiendo estirado el hilo de una profesión para llegar hasta el carrete, como sí del tuétano se tratara, a Rosa Solano todavía le cuesta hablar de final, y admite que algo más le ronda por la cabeza.
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