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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A por ellos

Bien por la ley del PP sobre jubilación de autores: la indigencia en la que acabó Celaya pretendía hacer creer que los escritores de éxito pueden acabar viviendo sin nada, sin éxito y sin dinero

Jordi Gracia

Ya era hora. Por fin una reforma ha logrado poner en su sitio a los escritores. Después de su jubilación deben decidir qué prefieren: cobrar la pensión que les corresponda o bien mantener los ingresos que haya generado y genere su actividad profesional. El intríngulis legal es más complejo pero su sentido es afortunadamente bastante llano: se trata de acabar con el infamante fraude de tanto escritor que cobra una pensión y se permite, además, seguir acaparando emolumentos torrenciales, insaciables como suelen ser, además de dipsómanos testarudos, noctámbulos irredentos y bocazas ilustrísimos.

Ha hecho muy santamente el Gobierno del PP en activar esa nueva legislación porque los abusos vienen de lejos. La indigencia en la que acabó Gabriel Celaya pretendía hacernos creer que los escritores de éxito pueden acabar viviendo sin nada, sin éxito y sin dinero. Nadie se dejó engañar porque nada hubiese sucedido de haber sabido administrar juiciosamente sus ingresos, su caja A y su caja B, su patrimonio impreso y su cuadratura moral. Vaya pájaro.

El viejo cuento de la lágrima ya no cuela. En este país de mil demonios los escritores ya no son los últimos parias de la tierra ni viven en covachuelas infectas o desvanes prestados como el que utilizó en los últimos años de su vida Cervantes, él sí heroico y de veras manco, aunque de ambas cosas se chotease Lope de Vega. Todo ese tiempo oscuro se ha acabado porque hoy los vemos todo el rato por la tele ganar premios multimillonarios. No hay escritor que un día u otro no acabe arramblando con la mitad de los 600.000 euros del Planeta (la otra mitad va a Hacienda): ¿quién no lo ha ganado ya, a estas alturas de siglo y de pasión literaria? Y si no es ese premio, será otro, porque los hay de todos los colores y siempre con cuantías de espanto. Los ganan, además, sin esfuerzo y sin moverse de casa, sin preocuparse del vozarrón del jefe o la perfidia de la jefa porque no tienen; van por libre e incluso algunos se pretenden afortunadas criaturas de la creación. Hasta el editor Jordi Herralde, harto de hacer ganar dinero a los escritores en español, ha decidido forrar ahora a los escritores en catalán y les ha regalado otro, otro premio más, dotado con seis mil euros. ¿Alguien se acuerda de lo que son seis mil euros? Son seis meses de sueldo mileurista, y en seis meses se pueden hacer un montón de libros, por favor; yo creo que hasta me escribo un libro en catalán, otro en castellano y me sobra tiempo para autotraducírmelos para seguir alimentando el tsunami de euros.

Alguien tenía que decirlo para sacarnos a todos de encima esta resignación a la petulante vanidad de los autores, escribiendo en periódicos de tiradas millonarias a la hora que quieren, hablando de lo que quieren, despotricando de lo que les viene en gana o bisbiseando sus contrariedades mortales de la muerte. Por fortuna, no siempre se atreven ya a decir lo que piensan (si piensan algo), y con esta nueva normativa menos todavía: pronto van a empezar a ir con más cuidado en ese oficio esquinero de ir hablando y pensando en voz ata, o incluso ir contando las cosas enredándolas por capricho y no como le gustan a todo el mundo y como debe ser, como en Cuéntame, precisamente.

No digo que haya que enchironarlos a todos, aunque a alguno le sentaría de miedo. Pero sí está muy bien que dejen de abusar de los contribuyentes, ni es decente tampoco que se les deje seguir cobrando los royalties de las ventas de sus libros, y mucho menos si han sido libros con éxito, porque eso es ya directamente delictivo. Ya sé, ya sé que todos, todos los escritores se quejan de que no venden nada, cobran una miseria, casi nadie compra libros, casi todos los lectores son piratas potenciales y casi nadie puede vivir de lo que escribe aunque escriba en dos periódicos, tres radios, cuatro digitales y encima pretende aspirar a un premio. Que si no les llega, que si no les alcanza, que si los medios en papel, que si la publicidad digital, que si esto y que si lo otro. Basta, por Dios, basta de tanta llantina y que trabajen de una vez como todo el mundo.

Jordi Gracia es profesor y ensayista

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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