La lengua bien afeitadita
Nacho Vegas anoche llenó La Riviera haciendo indisimulado alarde de conciencia social
Los músicos populares españoles han enarbolado la bandera del compromiso, agarrotados por la falta de costumbre pero persuadidos por una realidad tan incómoda como para que voltear la mirada deje de ser una solución. Así fue que mostraron últimamente las garras Amaral, Vetusta Morla, León Benavente o Christina Rosenvinge, aun a riesgo de que quisieran rebanárselas: aquí, llamarle pan al pan suena muy íntegro desde La Moncloa pero convierte al disidente en antipatriota fuera de ella.
Ninguno de ellos ha llegado tan lejos como Nacho Vegas, que anoche llenó La Riviera haciendo indisimulado alarde de conciencia social y libertaria, tomando partido sin miedo a que le partan la cara (un deporte extraordinariamente extendido por estas latitudes). Cantándole a la Plataforma Antidesahucios, contando las vidas que se cobra el cierre de las fronteras. Y al vino, vino.
Nunca mostró el asturiano pelos en la lengua, pero ahora apura el afeitado hasta extremos quizá inéditos en este siglo. La inaugural Canción para la PAH o la vitriólica Ámenme, soy un liberal —adaptación de aquella vieja y pérfida andanada de Phil Ochs— son disparos lúcidos y mitineros. Lo paradójico es que el gijonés haya adoptado para sus arremetidas ideológicas un discurso musical más bien cándido, casi bucólico: generoso en banjos, acordeón y mandolina, y con el nutrido coro El Altu La Lleva acentuando esa sensación melosa y pastoral. Es una decisión algo desconcertante pero valiente: ya avaló su apego por los sonidos tradicionales del terruño con Lucas 15, aunque parece claro que por ahora, tras la demoledora Ciudad vampira, no goza de mayoría cualificada para el título de hijo predilecto en Gijón.
El inconveniente de la música política es su carácter circunstancial, incluso utilitarista. Habrá que ver cómo envejecen la algo elemental Run run o la cáustica y musicalmente opulenta La vida manca, pero digamos en descargo de su autor que nunca se le vio tanta solvencia sobre las tablas. Puede que Vegas haya aprendido a convivir con su timidez y ya no parezca un alma en pena, pero, sobre todo, ha tomado el control de sus cuerdas vocales y no tememos, como tantas otras veces, por aquella afinación titubeante. Aún es demasiado taciturno como para que le quede salerosa su versión de Déjame vivir con alegría, pero su lengua afilada hace las veces de enérgico revulsivo. Falta hace: tiempo habrá para regresar a las consabidas crónicas de calamidades afectivas.
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