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La furia y el vacío

El quinteto se consolida en el Price como una banda enérgica y masiva, pero los contenidos siguen haciendo aguas

Algo tiene que estar sucediendo, a la fuerza, cuando una banda como Izal certifica tres llenazos consecutivos en el Circo Price y prende el entusiasmo entre un público con muy pocos créditos acumulados en el campus. La pasión es contagiosa y la juventud, balsámica, pero hay ingredientes en el irrefutable exitazo de anoche que escapan a las entendederas. Sobre todo porque, apelando al lenguaje vigente en los tiempos de la Logse, parece evidente que el quinteto madrileño aún necesita mejorar.

 A Mikel Izal y sus compinches podemos certificarlos sobradamente como la nueva banda indie para grandes públicos, pero su referente más nítido (o flagrante), el de Vetusta Morla, les queda todavía a algunos años luz. La poética obtusa suena aquí más rimbombante que seductora (¿son necesarias tantas esdrújulas?), y a Mikel se le sigue encontrando tan justito de registros vocales como de carisma escénico, pese a su bella reivindicación de las salas pequeñas. Con todo, en su reciente tercer disco, Copacabana, se intuye una tímida voluntad diversificadora. Aunque solo sea porque el valioso tema central, que abrió la sesión, ahonda en esa veta latinoamericana que algo se intuía ya en Sueños lentos.

Esta pieza y Palos de ciego sonaron en un seductor formato club, con vibráfono incorporado, y aportaron indicios esperanzadores: Izal no tiene por qué operar en todo momento como un remedo vetusto-bunburyzado. Hay furia bien encapsulada en Tambores de guerra y hasta una coda medio celta para Los seres que me llenan, pero demasiada vacuidad entre medias: los mismos giros en los estribillos, la misma cantinela, la misma solemnidad para anunciar el descubrimiento del conjunto vacío. Todavía está en sus manos llenarlo. El crecimiento cuantitativo salta a la vista, y nunca el verbo resultó más adecuado. Es en el análisis de contenidos donde al barco, por ahora, se le multiplican las fugas.

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